martes, 3 de septiembre de 2013

AL CAPONE y la matanza de San Valentin


“No me las doy de santo y jamás he matado a nadie. La fama lleva consigo mucho sufrimiento. Nunca he sido partidario de la violencia. He luchado, sí, pero he luchado por la paz”.
Al Capone

La Mafia es un grupo criminal de origen italiano, que en sus inicios se dedicó a combatir contra las fuerzas de ocupación francesas. Posteriormente, se transformó en un poder alterno al Estado y a la Iglesia, que controlaba las diferentes vertientes del crimen.




La Mafia surgió en Sicilia y aunque su fecha de nacimiento es el siglo XII, parece más probable que se produjera alrededor del año 1800, en forma de sociedad secreta y liga de campesinos para defenderse de los terratenientes. Pronto se convirtió en una fuerza de mucha mayor envergadura que los propios terratenientes, empleando el asesinato, el robo y la violación para aumentar su poder. El origen etimológico de la palabra es incierto. Con los años surgieron grupos paralelos: la Cosa Nostra en Sicilia; la Camorra en Nápoles; la 'ndrangheta en Calabria; y la Sacra Corona Unita en Puglia.





Caricatura de Al Capone

Sus miembros se llamaban a sí mismos mafiosos, que significa “Hombres de Honor”. Hasta la fecha, la Mafia controla la prostitución, la trata de blancas, los casinos, las apuestas, el narcotráfico, el contrabando, la piratería, la venta de armas, y tiene intereses en negocios legales como la construcción, la venta de alcohol y tabaco, los restaurantes y los hoteles, entre otros. Para consolidar su poder, se valen de la extorsión, el secuestro, el chantaje, el tráfico de influencias, las amenazas, el soborno, el sabotaje, la tortura y el asesinato. Han establecido códigos internos, el más conocido de los cuales es la omertá o “Ley del Silencio”. También han infiltrado a la policía, el ejército y los gobiernos de varios países. La influencia de la Mafia es de alcance mundial.


En 1880, al empezar la gran migración de italianos hacia los Estados Unidos, la Mafia fue exportada rápidamente. Desde entonces hubo dos Mafias emparentadas: la estadounidense y la italiana. En Italia, sobre todo en Sicilia, sigue siendo un Estado dentro del Estado, más poderosa que el gobierno oficial a pesar de los proyectos para destruirla. Se ha intentado ponerle coto en múltiples ocasiones, pero se mantiene en los nuevos tiempos y consigue sobrevivir adoptando nuevas formas. Y cuando grupos de italianos pertenecientes a la Mafia emigraron a Estados Unidos a principios del siglo XX, se estableció allí una nueva rama criminal, principalmente en ciudades como Nueva York, Chicago y Atlanta. Sus integrantes fueron llamados gangsters ("pandilleros”). Se organizaron en familias y controlaron el juego, la prostitución, la venta de narcóticos y sobre todo, la producción y distribución de alcohol, fabricado clandestinamente durante la Prohibición o “Ley Seca”. Sus combates con los agentes de organismos gubernamentales, como el FBI, originaron incontables ejecuciones y matanzas en las ciudades bajo su influencia.


“La Pequeña Italia”

En los Estados Unidos había existido desde el comienzo del siglo XIX un Movimiento por la Templanza (o Temperancia), entendida primero como moderación en el comer y en el beber, luego como prohibición total de consumir alcohol, y finalmente como una condena de todo lo relacionado con el alcohol, especialmente la industria que lo producía y lo vendía. A lo largo del siglo XIX, diversos líderes religiosos de iglesias protestantes, populares entre las masas anglosajonas del país, habían insistido públicamente en regular el libre consumo de alcohol, al cual culpaban de diversos males sociales.





El Movimiento por la Templanza

El incremento de la inmigración a los Estados Unidos desde 1850 puso a los líderes religiosos estadounidenses en contacto con amplias masas de migrantes extranjeros, que no compartían sus opiniones respecto a la restricción del consumo de licores. Los inmigrantes irlandeses, alemanes, italianos y de Europa Oriental, habían llevado sus propias costumbres domésticas más tolerantes hacia el consumo de alcohol, mientras que los predicadores protestantes más conservadores (mayoritariamente anglosajones) insistían en que los recién llegados adoptaran una opinión contraria al libre consumo de licores. Varios predicadores vinculaban la venta y el consumo de alcohol con un clima general de decadencia y con otros “vicios morales” tales como la prostitución. Se decía que el consumo de alcohol provocaba pobreza en las masas, enfermedades varias, demencia y estimulaba la delincuencia, logrando normas de "prohibición total del alcohol" en pequeñas ciudades. La Primera Guerra Mundial fue aprovechada por los Activistas de la Templanza como una ocasión para el "mejoramiento moral" del país, resaltando que gran parte de la cerveza consumida por los estadounidenses era producida por industrias de inmigrantes alemanes, y que reducir el consumo de este licor sería una actividad patriótica.



Inmigrantes en la Isla Ellis

Gabriel y Teresa Caponi se marcharon de Nápoles en 1893 en busca de una vida nueva y mejor. Eran parte de la gran ola de inmigrantes del sur y el este de Europa que llegaron a las ciudades del noroeste de Estados Unidos al finalizar el siglo XIX. Como muchos de sus compatriotas, Gabriel, Teresa y sus dos hijos, Vicenzo y Ralph (este último nacido un mes después de llegar a Nueva York), fueron a parar al distrito Navy Yards, en Brooklyn. Era una zona llena de vida dura y de dudosa reputación; sus calles estaban plagadas de chiquillos y vendedores ambulantes durante el día, pero por la noche se apoderaban de ellas marineros que salían de permiso en busca de acción. Allí fue donde, tras trabajar como dependiente en una tienda de ultramarinos durante un tiempo, Gabriel abrió una barbería. La familia cambió su apellido a Capone, y comenzó a solicitar su ciudadanía, petición que le fue concedida en mayo de 1906.




Teresa Capone

Por aquella época el matrimonio tuvo cinco hijos varones más: Frank, Alphonse, John, Matthew y Albert; y dos niñas, Rose y Mafalda. Alphonse Capone nació el 17 de enero de 1899 en Nueva York (Estados Unidos). Los inmigrantes del sur de Italia llevaban consigo un cierto espíritu de clan, de unidad; formaron su propio vecindario, no olvidaron su idioma natal y compartieron una profunda desconfianza hacia las autoridades. La mayoría habían sido campesinos en su país, y en la ciudad eran pocos los que conseguían otro empleo que el de obrero manual. Las mujeres y los niños trabajaban cuando podían para poder subsistir. Pocos chiquillos de estas familias italianas terminaban sus estudios y Alphonse Capone no iba a ser una excepción. Su asistencia al P.S.7, la escuela primaria local, fue, en el mejor de los casos, intermitente. Su profesor lo recordaría como “un niño difícil, malhumorado”, muy maduro para su edad, con un temperamento inestable y violento. El único amigo íntimo que tuvo entre sus compañeros fue un siciliano, Salvatore Lucania, posteriormente conocido como “Lucky” Luciano.



El niño Alphonse “Al” Capone con su madre

Al Capone aún no era un adolescente y ya estaba bajo la tutela de Johnny Torrio, un jefe de banda propietario de un bar del vecindario. Su asociación continuó después de que en 1907 los Capone se trasladaran al nuevo barrio italiano, donde Torrio abrió un club social. Aunque entró con buen pie en el nuevo colegio, el P.S.113, el joven Al Capone terminó por faltar a la escuela constantemente y, tras golpear a un profesor que intentó reprenderle, dejó sus estudios definitivamente a los trece años de edad.


Johnny Torrio

Para entonces, Estados Unidos incubaba una etapa obscura de su historia. Una de sus principales protagonistas fue Carry Amelia Nation, una fanática oponente a la bebida en todas sus formas; era probablemente el personaje más famoso salido del Movimiento por la Templanza, la lucha contra el alcohol durante la época anterior a la “Ley Seca” en los Estados Unidos.


Carry A. Nation

Carry A. Nation comenzó su campaña contra el alcohol en 1900, a los cincuenta y tres años de edad, después de que su segundo marido resultara mortalmente herido en un bar; su primer esposo murió a causa de la bebida.


Durante diez años fue el azote de los bares y tabernas de la ciudad de Kansas. Irrumpía en el local, sacaba un hacha oculta bajo sus voluminosas faldas y se lanzaba contra los barriles y botellas invocando a Dios con una ira justiciera.


Carry A. Nation se describía a sí misma como "un bulldog que corre a los pies de Jesús, ladrando a lo que él rechaza" y afirmaba seguir órdenes divinas cuando acometía contra bares. Sola o acompañada por otras mujeres que rezaban y cantaban himnos, solía entrar en un bar a destrozar mobiliario y botellas.


Como en aquella época Kansas era prohibicionista, Carry A. Nation solía llevar a cabo sus personales venganzas sin que la molestaran. La arrestaron unas treinta veces, pero ella siempre pagaba las multas, ya que estaba ganando mucho dinero con la venta de hachas de recuerdo a sus numerosos seguidores.


La mujer organizó dos mítines que concientizaron a la opinión pública sobre el alcoholismo. En una de estas reuniones, sufrió un colapso y murió en 1911, causando una verdadera conmoción entre sus seguidores.


Fue enterrada en una tumba sin nombre. La Asociación de Mujeres Cristianas Abstemias erigió en su honor una placa que rezaba: "Fiel a la causa de la abstinencia, hizo lo que pudo".


Entre 1907, año en que Georgia “dejó de beber”, y el 17 de enero de 1920, día en que se instauró la Prohibición a nivel nacional, veinticuatro Estados de la Unión introdujeron diversos obstáculos legales al consumo de alcohol. Fueron varias las personalidades carismáticas que dieron forma a este movimiento que, por aquel entonces, estaba en constante expansión.



Wayne Wheeler y Clarence True Wilson

El entusiasmo misionero de personas como el reverendo Billy Sunday; de Wayne Wheeler, perteneciente a la Liga Alcohólica; y de Clarence True Wilson, miembro de la Junta Metodista de Abstinencia, Prohibición y Moral Pública, fue definitivo.






Sus prejuicios quedaron reflejados en la esfera política del país gracias al senador Morris Sheppard, de Texas, y al diputado Andrew John Volstead, de Minnesota, creadores de la tristemente famosa ley.


Morris Sheppard

En 1917, el Congreso aprobó una resolución a favor de una enmienda a la Constitución de los Estados Unidos (la Enmienda XVIII) que prohibía la venta, importación, y fabricación de bebidas alcohólicas en todo el territorio de Estados Unidos. En enero de 1919 la enmienda fue ratificada por treinta y seis de los cuarenta y ocho Estados de la Unión, siendo susceptible de imponerse como Ley Federal aplicable a todos los Estados. En octubre del mismo año, se aprobó finalmente la Ley Volstead, que implementaba la prohibición dictaminada por la Enmienda XVIII.



La ley seca

Cuando en 1920 se promulgó la Prohibición, el movimiento pro abstinencia llevaba ya sesenta años fortaleciéndose. “Esta noche, un minuto después de las doce, nacerá una nueva nación”, declaró el Senador Andrew Volstead, impulsor de la nueva norma, con optimismo. “El demonio de la bebida hace testamento. Se inicia una era de ideas claras y limpios modales. Los barrios bajos serán pronto cosa del pasado. Las cárceles y correccionales quedarán vacíos; los transformaremos en graneros y fábricas. Todos los hombres volverán a caminar erguidos, sonreirán todas las mujeres y reirán todos los niños. Se cerraron para siempre las Puertas del Infierno”.


La “Ley Seca” (o “Prohibition”, como fue denominada informalmente en Estados Unidos) no prohibía ciertamente el consumo de alcohol, pero lo hacía muy difícil para las masas porque prohibía la manufactura, venta, y el transporte de bebidas alcohólicas, ya sea para importarlo o exportarlo. Y aunque la producción comercial de vino estaba prohibida, no fue impedida la venta de jugo de uva, que se vendía en forma de “ladrillos” semi-sólidos llamados "bricks of wine" y que eran utilizados para la producción casera de vino, aunque sus fabricantes indicaran en sus envases que los clientes deberían impedir la fermentación del jugo para así no violar la ley.


Al Capone

La “Ley Seca” debió considerar excepciones en el caso de los médicos, que recetaban la ingestión de alcohol como tratamiento terapéutico en situaciones muy específicas, o el uso religioso de vino para el rito cristiano de la eucaristía. No obstante, estas situaciones eran demasiado excepcionales para servir como excusa a la mayoría de los consumidores de alcohol, por lo cual diversos comerciantes ilegales adulteraban el alcohol previamente destinado para usos industriales, con el fin de transformarlo en bebida; tal evento generó casos dramáticos de envenenamientos y dolencias posteriores como resultado de la intoxicación. Incluso un medicamento de la época basado en etanol, el "jamaica ginger", fue modificado como licor, causando también serios daños a la salud de sus consumidores. Por todo el país comenzaron a surgir contrabandistas de licores que robaban cargamentos de whiskey “medicinal” y producían sus propias bebidas alcohólicas ilegalmente. Las futuras fortunas de Al Capone y otros gangsters y, en definitiva, el éxito del crimen organizado en Estados Unidos, fueron producto de un erróneo intento de controlar la moralidad mediante una fallida legislación.




La Prohibición, definida en su día como “noble experimento” por el presidente Herbert Hoover, fracasó rotundamente. Lejos de dar paso a una época de “mentes claras y vida sana”, tal y como predijeron sus primeros partidarios, los miembros de la Liga Antialcohólica, ocasionó un incremento desmedido de la criminalidad, la embriaguez y, en general, del vicio sin precedentes en Estados Unidos, aunque ha pasado a la historia como la “Era del Jazz” o “Los Años Felices”. El aliciente de lo prohibido, combinado con el dudoso contenido de las bebidas de contrabando, convirtió a los bebedores sociales en alcohólicos, a los alcohólicos poco afortunados en cadáveres y a millones de honrados ciudadanos en criminales. La denominación de “Los Felices Años Veinte” corresponde al periodo de prosperidad económica que tuvo Estados Unidos desde 1922 hasta 1929, como parte del periodo expansivo de un ciclo económico. Esta prosperidad benefició a toda la sociedad e hizo que la economía siguiera creciendo a un ritmo que no se había registrado antes, generando una burbuja especulativa. Pero esta prosperidad duraría un corto periodo que finalizaría el 24 de octubre de 1929, conocido como el “Jueves Negro”, y con la llegada del “Crack del 29” que culminaría finalmente con el advenimiento de la Gran Depresión.


“La Ley Seca”

El diputado Vosltead jamás flaqueó en su creencia de que “la Ley regula la Moralidad”. Su ley, que ponía en vigor la decimoctava enmienda a la Constitución de Sheppard, se llevó a cabo siguiendo la corriente de pensamiento utopista que nació a raíz de la Primera Guerra Mundial. El cuerpo legislativo estaba tan influido por constantes llamamientos al surgimiento ideal de un nuevo amanecer para Estados Unidos, que no consideró detenidamente las consecuencias de sus acciones.


Las tabernas clandestinas

Pero estas consecuencias pronto se hicieron patentes. En lugar de convertirse en una “nación sin tugurios” como predicaban los reformistas, Estados Unidos asistió en poco tiempo a la creación de 200.000 bares ilegales repartidos por todo el país, muchísimos más de los que trabajaban legalmente antes de la Prohibición. En Nueva York había en aquel momento dos veces más tabernas ocultas que bares legales, algunos operaban en la clandestinidad, pero había muchos que lo hacían abierta y flagrantemente porque sabían que la policía simpatizaba con su causa.


En la posguerra estadounidense circulaba más dinero que nunca y hubo quien hizo grandes fortunas con sólo proporcionar lo que quería a un público sediento de alcohol. Al Capone ganó más de $60,000,000.00 de dólares, pero aun siendo el contrabandista de licor más famoso de su tiempo, estaba lejos de ser el mayor proveedor. Este honor era patrimonio exclusivo de la Banda Púrpura de Detroit, quien controlaba el tráfico de alcohol a través de la frontera canadiense.


Esta riqueza desmesurada tuvo serias repercusiones en el mundo de la política. Antes de la Prohibición, los políticos controlaban y dirigían a los gangsters como parte de sus bases de poder local o de los aparatos del partido. Después, el dinero generado por el contrabando de alcohol hizo que los mismos mafiosos pudieran comprar y vender a los políticos, a la policía o a los funcionarios del Gobierno. Esta endémica falta de respeto por la Ley centrada en la fanfarronada de “Big” Bill Thompson de que él era “más flexible en todos los aspectos”, se extendió a otras áreas y penetró incluso en la Casa Blanca. Warren Harding, cuyas aspiraciones a la presidencia quedaron abortadas por un escándalo financiero, la mantuvo bien provista con alcohol importado.


Warren Harding

Casi todos los agentes de la Prohibición encargados de cumplir la ley tenían un precio. Cientos de ellos fueron despedidos o acusados de aceptar sobornos. Su jefe, Elmer Irey, funcionario del Departamento del Tesoro, los describió como “una extraordinaria colección de oportunistas políticos, parásitos y salteadores de caminos ocasionales”.


Elmer Irey

Las bandas dedicadas al contrabando de licores ganaron muchísimo dinero suministrando a los bares. El licor lo fabricaban familias variopintas en alambiques ocultos en cuartos secretos. En aquella época cambiaba, Al Capone constantemente de empleo, todos sin futuro, y frecuentaba una sala de billar del barrio. A los quince o dieciséis años entró a formar parte de la banda de los Cinco Puntos, de la que Torrio fue en su día un miembro influyente. Tenía su cuartel general en el East Side de Manhattan, en la parte más sórdida de la ciudad.


Torrio, mentor de Capone

La banda llegó a contar hasta con mil quinientas personas en sus buenos tiempos, pero cuando Capone y su amigo Salvatore “Lucky” Luciano se unieron a ella, esta cifra había disminuido considerablemente. Los muchachos de la organización ofrecían sus servicios como matones y asesinos a sueldo a personajes del mundo de la política, a otros criminales, o a sindicalistas y esquiroles indistintamente. Durante el tiempo que el joven Capone estuvo con ellos, la policía lo arrestó bajo sospecha de asesinato en dos ocasiones, pero no consiguieron presentar pruebas.


Nuemero telefonico de Al capone

Sus aptitudes como matón llamaron la atención de Frankie Yale, quien perteneció en su juventud al clan de los Cinco Puntos, pero por aquel entonces, en 1917, era el líder nacional de la Unión Siciliana, una organización fraternal italo-americana que compartía una larga historia y mucho personal con el crimen organizado. Yale lo contrató como barman encargado de echar del local a cualquier indeseable en uno de sus tugurios.

Frankie Yale

En 1918, Al Capone conoció a Mae Coughlin, una muchacha irlandesa de veintiún años que trabajaba en unos grandes almacenes. Mae era hija de un obrero de la construcción de Brooklyn y creció en el seno de una familia muy unida. Era rubia, delgada y de piel muy blanca, rara vez se dejaba fotografiar y jamás concedió una entrevista. Prefería permanecer en el anonimato y sólo en muy contadas ocasiones apareció en público con su marido. El 18 de diciembre de aquel mismo año se casaron. En 1919, Mae dio a luz su único hijo, Albert, más conocido como “Sonny”. Capone siempre protegió y veneró a su familia, especialmente a su mujer y a su hijo.



Mae Coughlin Capone

Poco después, Capone volvía a tener problemas. Hubo una pelea en el bar y su agresor terminó ingresado en un hospital en estado crítico; si fallecía, lo acusarían de asesinato. Aquel individuo se recuperó, pero Al Capone desapareció antes de comprobarlo. Se marchó para unirse a su antiguo mentor, Johnny Torrio, en el nuevo cuartel general de Chicago.


Johnny Torrio en Chicago

Una noche, estando en el Harvard Inn, el bar de Frankie Yale, Capone hizo un comentario muy poco delicado sobre una de las prostitutas. Su hermano, un criminal de poca monta llamado Frank Gallucio, se sintió ofendido y atacó al corpulento barman navaja en mano. Le hizo una gran herida en la cara. La pelea le dejó a Capone tres cicatrices importantes en la parte izquierda de la cara y en el cuello que le valieron el sobrenombre de “Scarface” (“Caracortada”). Sólo los imprudentes o los osados empleaban este mote delante de él, ya que el capo jamás superó el haber quedado desfigurado de por vida. Siempre mostraba su perfil derecho cuando estaba ante las cámaras.


Frank Gallucio

Sorprendentemente, Al Capone perdonó a su agresor y años después inclusive lo puso en nómina como guardaespaldas. Años más tarde cambió la historia completamente, asegurando que sus cicatrices eran consecuencia de haber luchado como un héroe durante la gran guerra. Otra versión, ésta del historiador Frederic Sondern jr., afirma: “En 1914, un corpulento muchacho que no llegaba a los veinte años entró en una barbería de ‘La Pequeña Italia’ y le pidió al barbero que le cortara el pelo en cierta forma muy peculiar, que describió con toda exactitud. El viejo barbero siciliano se negó rotundamente a hacerla; y el mozo, pendenciero, ciego de rabia, tiró por el suelo todo un estante lleno de potes y cremas de afeitar. El barbero, que tenía la navaja en la mano, sin vacilar le cruzó la mejilla izquierda de arriba abajo dejándole una cicatriz que, con el tiempo, le trajo el apodo de ‘Caracortada’. El chico era Al Capone. Desde joven fue Capone ferviente admirador de la Mafia y quería que le cortaran el cabello al estilo tradicional de los mafiosos. Pero Capone no era siciliano; y el barbero, que sí lo era, consideró un sacrilegio que tal exigencia se la hiciera un hijo de napolitanos”.


la barbería

Los seis hermanos Genna nacieron en Marsala, Sicilia, hacia final de siglo. Sus padres se trasladaron a Chicago muy jóvenes y murieron poco tiempo después. Los huérfanos se abrieron camino en la “Pequeña Italia”, en el gueto de la zona sur, e hicieron dinero como matones a sueldo para algunos políticos. Su agresividad les hizo ganarse el sobrenombre de “Los Terribles”. Con sus ingresos adquirieron lucrativos garitos de juego y en 1920 consiguieron una licencia gubernamental para producir alcohol industrial. Cada hermano tenía su propia especialidad. Sam, el mayor, dirigía los negocios de la familia; Jim y Pete se encargaban de la fabricación y destilación, mientras que Mike y Angelo se ocupaban de la violencia. Tony, el único que tenía estudios, llevaba los asuntos cotidianos de la “Pequeña Italia”, ejerciendo de consejero y actuando de protector. Sus aficiones favoritas eran la arquitectura y la ópera. Todos eran hombres de familia y asistían regularmente a la iglesia.


Los hermanos Genna

A “Big” Jim Colosimo le iba bien en la vida. 1920 prometía ser un año excelente. En abril se casó con su novia, Dale. La joven, que quería ser cantante de ópera, iba a proporcionarle la entrada en la alta sociedad de Chicago. Su Club, el Colosimo's Cafe, que ofrecía jazz y opereta en el piso inferior y salas de juego en el superior, prosperaba bajo el laxo y permisivo régimen del alcalde de la ciudad, “Big” Bill Thompson. Además, sus ingresos como amo indiscutible del barrio rojo, el Levee, eran enormes.


“Big” Bill Thompson, alcalde de Chicago

El crimen hizo su fortuna, pagó los diamantes que solía llevar (en la hebilla del cinturón, en los gemelos, en el alfiler de corbata y en los anillos) y conjuntó sus repletos bolsillos con pantalones de gamuza. Le proporcionó limusinas, mansiones y, en definitiva, un opulento modo de vida inimaginable en el pueblecito calabrés del que se marchó en 1895, a los diecisiete años, para emigrar a Estados Unidos.


“Big” Jim Colosimo

Colosimo mantenía poco contacto con el ajetreo diario de sus prostíbulos. Esta labor se la dejaba a su sobrino y agente de negocios, Johnny Torrio. En 1909, Colosimo le había pedido que fuera a Chicago, ya que estaba teniendo serios problemas con “La Mano Negra”, una organización dedicada al fraude y la extorsión, importada del sur de Italia. Los ciudadanos más eminentes recibían cartas firmadas por “La Mano Negra” en las que en un tono amable y educado se les exigían grandes cantidades de dinero. A los que no pagaban la cantidad requerida se les ponía una bomba o morían acribillados.


Aunque Torrio siempre había sentido una aversión personal por la violencia, en su ciudad natal, Nueva York, era ya uno de los miembros más destacados de la famosa banda de los Cinco Puntos, donde demostró ser un genio para la organización y el liderazgo. En poco tiempo consiguió que los miembros de “La Mano Negra” que amenazaban a su tío desaparecieran del mapa. Diez años más tarde ocupaba un puesto poderoso. Tenía su propio cuartel general en el Four Deuces, en el número 2222 de South Wabash Avenue, donde dirigía un club, un burdel y un garito de juego con la ayuda de un equipo de gangsters meticulosamente seleccionados.


El Club Montmarte

Entre ellos se encontraba Al Capone, en ese entonces más conocido como “Al Brown”, el protegido de Torrio desde que se unió a la banda de los Cinco Puntos siendo un adolescente. Capone, para entonces un hombre corpulento e imponente que sabía combinar un carácter extrovertido y amistoso con un temperamento explosivo, desempeñaba las funciones de chofer, barman y guardaespaldas. También ayudaba a su jefe a deshacerse de quien se pusiera en su camino. En el sótano del Four Deuces había una cámara de tortura en la que los enemigos de Torrio recibían una paliza o eran asesinados con la participación personal de Capone. Después se llevaban los cuerpos cargándolos en los coches a través de una trampilla que comunicaba con la cámara por un túnel.


A medida que se iba convirtiendo en una persona importante, a Torrio le irritaba cada vez más el hecho de que su tío se hubiera retirado casi totalmente del crimen organizado para dedicarse por completo a alternar, en compañía de su esposa, con la clientela más selecta de su club. Sin embargo, lo que más le enojaba era la indiferencia que mostraba Colosimo ante las ventajosas oportunidades que se les presentaban con la aprobación de la Ley Volstead, que convertía en delito fabricar, vender o poseer bebidas alcohólicas para otros fines que el estrictamente medicinal. Pocos bares y clubs cerraron definitivamente: los dueños de los locales pensaban que siempre podrían conseguir alcohol en alguna parte.


Colosimo en sus días sociales

Los criminales hacían cola para abastecerles, sobre todo, en la permisiva ciudad de “Big” Bill Thompson. Las bandas especializadas en robos con allanamiento, atracos o propinar palizas vieron una excelente oportunidad de conseguir mayores beneficios con menor riesgo. A Torrio, siempre en su papel de organizador, se le había ocurrido la idea de dividir la ciudad en sectores de influencia para que cada banda pudiera tener garantizado su propio mercado de venta ilegal, pero a Colosimo no le interesaba su plan.


El 11 de mayo, su sobrino le llamó por teléfono para decirle que a las 16:00 horas recibiría en el club un cargamento de whiskey. Cuando Big Iim llegó allí no había nadie. Estuvo esperando en su oficina un rato, después salió. Eran las 16:25. Al atravesar el vestíbulo del club, un hombre caminaba entre las sombras, se colocó tras él y le disparó a bocajarro, justo detrás de la oreja derecha. Colosimo murió antes de que su cuerpo golpeara, al desplomarse, las baldosas de porcelana del suelo.


El cadáver de Colosimo

Torrio y sus secuaces, incluido Al Capone, tenían coartadas inquebrantables para el momento del crimen, pero la policía detuvo en la estación de ferrocarril a Frankie Yale, el asesino ex miembro de la banda de los Cinco Puntos. Un portero del Colosimo's Cafe había visto a un hombre seguir a Big Jim hasta el interior del local. Yale encajaba en la descripción, pero cuando lo llevaron de regreso a Chicago, el portero se negó a identificarlo. Aunque varios informadores de la policía habían asegurado que Torrio le había pagado $10,000.00 dólares para que matara a su tío, tuvieron que dejarlo en libertad por falta de pruebas.



La tumba de Colosimo

Johnny Torrio se hizo cargo del imperio criminal que Colosimo había forjado en el Levee, e inmediatamente diversificó el riesgo, invirtiendo en el contrabando de licores. Llegó a un acuerdo con varios fabricantes de cerveza para que siguieran produciéndola ilegalmente, después se puso en contacto con los jefes de otras bandas y consiguió que aprobaran el establecimiento de una sólida organización de contrabando de licores que cubriera toda la ciudad, dejando a cada banda a cargo de la distribución en su propio territorio. Él abastecía de cerveza a casi todo Chicago. En su zona distribuía whiskey importado de Canadá por la banda del North Side, la de Dion O'Banion, y otras bebidas alcohólicas fabricadas en alambiques caseros en la “Pequeña Italia”, el feudo de los hermanos Genna.


Dion O'Banion

Al Capone no tardó en convertirse en su mano derecha, ayudándole a abrir nuevos prostíbulos y garitos de juego. Empleando una efectiva combinación de tácticas de soborno y mano dura, consiguieron asumir el control de varias zonas de los límites sur y oeste de la ciudad. El neoyorquino salió a escena cuando la Banda O'Donnell, a la que Torrio no había incluido en el reparto, intentó entrar en el negocio secuestrando dieciséis camiones de su jefe e intimidando a sus clientes. Siete miembros de esta organización murieron acribillados.


Capone prosperó. Envió a buscar a su madre, viuda desde 1920, y la instaló junto con su mujer, hijo, hermanos y hermanas, en una llamativa mansión hecha de encargo en el elegante South Side de Chicago. También cambió su lugar de trabajo.


La madre y el hermano de Capone

La casa de Capone, situada en el nº 93 de Palm Avenue, en Palm Island, se construyó en 1922, con un costo de $40,000.00 dólares y se gastó más de $100,000.00 dólares en la decoración. Rodeó el terreno con una gran tapia y cubrió las puertas de hierro forjado con gruesas láminas de roble. Tenía además una caseta de vigilancia con tres habitaciones, y en la entrada siempre había hombres armados. Tanto la caseta como la residencia principal estaban rodeadas de patios cubiertos de mosaicos y entre ellas Capone construyó una piscina de 22 por 12 metros. En el jardín habla un estanque con peces tropicales y en la parte trasera, un muelle inmenso donde amarraba su lancha motora, la “Sonnie and Ralphie”, y su velero: el “Arrow”.


La mansión de Capone en Chicago

La casa estaba decorada con la misma opulencia llamativa que su mansión de Chicago. En la habitación principal, debajo de una gran cama de cuatro columnas, escondía un inmenso cofre de madera rebosante de dinero en efectivo. Tenía armas al alcance de la mano y todas las comodidades que pudiera desear. Invertía grandes sumas en la decoración de sus suntuosas casas de Chicago y Florida, y no escatimaba en gastos a la hora de hacer regalos a sus familiares y amigos.




La mansión de Florida

Capone ganaba millones, pero jamás acumuló una fortuna tan exorbitante como las de los posteriores jefes del crimen organizado. Gastaba el dinero tan rápido como lo conseguía. Mantenía constantemente cincuenta habitaciones en el hotel Metropole y repartía cuantiosas propinas, $5.00 dólares a los muchachos que vendían periódicos y billetes de $100.00 dólares a las camareras, cantidad equivalente a varias semanas de trabajo. Lo que no gastaba se lo jugaba, ya que era un jugador empedernido que sólo hacía apuestas elevadas. En una ocasión, reconoció que solía perder, sólo en carreras de caballos, alrededor de un millón de dólares al año.


La corrupción de la policía de Chicago en los años veinte llegó a ser legendaria. Al comenzar la década, Charles Fitzmorris, el jefe de policía, admitió que más del sesenta por ciento de sus hombres estaban involucrados en el negocio del contrabando de licores. En aquella época era frecuente comprobar cómo pasaban por la ciudad camiones cargados de alcohol que la policía detenía para obligarles a pagar un “peaje” y luego dejarles continuar. Capone solía pagar a cientos de agentes policíacos para que le permitieran seguir con sus negocios. El domingo, después de misa, era el día ideal para efectuar todos los pagos. El cuartel general, el Hawthorne Inn primero y posteriormente el hotel Metropole, se llenaba de políticos y de policías que acudían en busca de dinero o favores. Otros percibían regularmente un sobre de dinero entregado en mano por los “correos”. Entre ellos se encontraba Jake Guzik, al que le pusieron el sobrenombre de “Pulgares Sucios” porque siempre estaba contando fajos de billetes. Se calcula que durante la década de los veinte, el Departamento de Policía de Chicago debió de recibir un promedio de más de $30,000,000.00 de dólares en sobornos y pagos anuales.


La corrupta policía de Chicago

En 1923, la ciudad eligió un nuevo alcalde, el juez Dever, y éste nombró jefe de policía a Morgan Collins, quien resultó menos corruptible que sus predecesores. A partir de aquel momento se tomaron enérgicas medidas contra el vicio y el negocio se resintió. La banda necesitaba una base fuera de los límites de la ciudad. Se instalaron en Cicero, al oeste de Chicago. Torrio se fue a Italia a pasar unas tranquilas vacaciones familiares y dejó a Capone encargado de organizarlo todo. Así lo hizo. Compró el Hawthorne Inn, un local en pleno centro, para utilizarlo como cuartel general y colocó contraventanas de acero a prueba de balas en cada cristalera. Como otras bandas de la ciudad, la de Torrio-Capone solía vender sus servicios a los políticos. Las elecciones de Cicero serían en la primavera de 1924. El alcalde republicano Joseph Klenha pretendía confirmarse por cuarta vez en el puesto, pero en esta ocasión iba a encontrar resistencia. Por este motivo, hizo causa común con los gangsters, quienes temían que su oponente introdujera un programa reformista como había hecho Dever en Chicago. Pusieron mucho empeño en su trabajo. Los candidatos y varios partidarios demócratas recibieron una paliza en la calle el día de las elecciones. Matones armados circulaban, con aire amenazador, en impecables limusinas. A los votantes les robaron las papeletas a punta de pistola y los secretarios electorales, especialmente los encargados de garantizar la legalidad del proceso, quedaron secuestrados hasta el cierre de las urnas. El balance, cuatro hombres asesinados. Los preocupados ciudadanos de Cicero acudieron a ver a un juez del Condado de Cook, quien envió más de cien policías de Chicago. Hasta el anochecer se produjeron constantes refriegas entre los agentes y los mafiosos, dispuestos a “ganar” las elecciones a cualquier precio.


Cinco policías formaron frente a un colegio electoral en el que tres individuos blandían sus automáticas ante un grupo de votantes asustados. Eran Al Capone, su hermano Frank, y su primo, Charlie Fischetti. Los gangsters apuntaron a los agentes. La pistola de Frank se encasquilló y él recibió un disparo mortal. Al escapó. Arrestaron a Fischetti, pero pronto quedó en libertad. Klenha ganó las elecciones con una mayoría aplastante. Poco después en Cicero se inauguraban más de ciento cincuenta garitos de juego; todos vendían cerveza de Torrio y varios permanecían abiertos las veinticuatro horas del día.


El cadáver de Frank Capone

En honor a Frank Capone se celebró un vistoso y florido funeral de despedida que ya era habitual en el mundo del hampa. Dion O'Banion, quien combinaba su carrera criminal con el estrafalario papel de socio de una floristería, proporcionó la mayoría de los homenajes florales.


La floristería de Dion O’Banion

Unas semanas más tarde, el 8 de mayo de 1924, un secuestrador llamado Joe Howard agredió a Jake Guzik en el transcurso de una discusión. La víctima, un sujeto bajito y corpulento de unos cuarenta años, tenía una aptitud especial para la contabilidad que le había situado en un tercer puesto, tras Torrio y Capone, en la organización. No era un hombre violento, jamás llevaba armas consigo, pero se quejó ante Capone del comportamiento de Howard.


Jake Guzik

El neoyorquino, indignado, se fue directo adonde estaba Howard para preguntarle por qué había golpeado a su amigo. Obtuvo un insulto por respuesta: “Chulo italiano”. Capone sacó su pistola y vació el cargador contra el secuestrador delante de tres testigos. Se giró una orden de arresto contra él, pero se mantuvo en la clandestinidad hasta que dos de los testigos cambiaron de opinión respecto a lo que habían visto y el tercero desapareció. Sólo entonces Capone se entregó a la policía diciendo ser un comerciante de muebles que nada sabía de alguien llamado Howard, Guzik o Torno. Quedó en libertad sin cargos.


Joe Howard

Durante el interrogatorio sobre el asesinato de Joe Howard, Capone respondió que era un comerciante de muebles de segunda mano y no mintió totalmente. De hecho, había alquilado una tienda cerca del Four Deuces y la había llenado con piezas antiguas de mobiliario desechado, pero rara vez estaba abierta. Con los años, admitiría abiertamente pertenecer al crimen organizado o dedicarse al contrabando de licores, aunque a efectos oficiales fuera un jugador, un agente de la propiedad inmobiliaria o un sujeto con “negocios decentes”.


La rivalidad crecía entre las bandas bajo un tratado de paz que terminaría por romperse. Entonces comenzó una lucha sin tregua por la supremacía, una contienda marcada por la sangre. La única forma de sobrevivir era mostrarse implacable. En Chicago, la organización que Torrio había sacado adelante con tanto esmero comenzaba a derrumbarse. El motivo principal eran las tensiones existentes entre los miembros de la banda North Side, la de O'Banion, y los sicilianos liderados por los hermanos Genna. O'Banion nunca aceptó de buen grado la superioridad de Torrio y le encantaba causar problemas. Sin embargo, los Genna fueron los primeros en romper el pacto. Se especializaron en fabricar whiskey a partir de alcohol metílico mezclado con varios productos químicos nocivos. Este brebaje podía producir ceguera, locura e incluso la muerte, pero era mucho más barato que el suministrado por O'Banion. A finales de 1924, el “matarratas” de los sicilianos comenzó a infiltrarse en los bares de North Side.


Fabricación de “Matarratas”, alcohol adulterado

O'Banion se quejó ante Torrio de lo que estaba sucediendo y después secuestró un cargamento del whiskey de los Genna valorado en $30,000.00 dólares. Los hermanos querían matarlo, pero dejaron la decisión en manos de Mike Merlo, el jefe de la Unión Siciliana de Chicago. Merlo, al igual que Torrio, no creía que una guerra pudiera ser beneficiosa para nadie.


Mike Merlo

O'Banion tentó a la suerte una vez más. Era copropietario, con Capone y Torrio, de la fábrica de cerveza Sieben, situada en el North Side y les dijo a sus socios que les vendía su parte del negocio por $500,000.00 dólares porque estaba cansado de contrabandear con alcohol y empezaba a temer seriamente a los Genna. El trato parecía excelente, y ellos aceptaron encantados. Pocos días después de que le entregaran el dinero prometido, la policía, con el jefe Collins a la cabeza, hizo una redada en la fábrica, la cerró y arrestó a todo el que se encontraba dentro, incluido Torrio. Los informadores que Johnny tenía en la policía no tardaron en confirmar sus sospechas: O'Banion sabía de antemano que se iba a hacer una redada y vendió su parte del negocio siendo consciente de que lo iban a clausurar. Y lo que era aún peor, alguien le había oído jactarse de su engaño diciendo:“Supongo que he conseguido que ese idiota se arrastre por el fango toda la noche”.


La fábrica de cerveza Sieben

Las relaciones siguieron deteriorándose. Los primeros días de noviembre, durante una discusión motivada por una deuda de juego, O'Banion, gritando, injurió a Angelo Genna. Posteriormente, Hymie Weiss, su lugarteniente, le sugirió que debía de haber sido menos duro con él por el bien de la paz. Con su respuesta, O'Banion decidió su destino:“Diles a esos sicilianos que se vayan al infierno”. Poco tiempo después los hermanos Genna se reunieron con Torrio y Capone para discutir las medidas a tomar. El 8 de noviembre Mike Merlo murió de cáncer. O'Banion y su socio estuvieron trabajando casi todo el domingo 9 de noviembre, preparando coronas y otros homenajes florales; el pedido de Torrio sobrepasó los $10,000.00 dólares.


Hymie Weiss

Albert Anselmi, un hombre bajito y rechoncho, y su alto y flaco socio, John Scalise, eran, como los Genna, nativos de Marsala. Amigos desde la infancia, llegaron a Estados Unidos en 1924 para evitar que los arrestaran en Sicilia. Aunque no sabían ni una palabra de inglés, no tardaron en integrarse en la solidaria comunidad siciliana de la “Pequeña Italia” y no tuvieron ningún problema para encontrar trabajo siguiendo la trayectoria de la labor en la que se especializaron en su tierra natal: la de asesinos profesionales.


Albert Anselmi

Ellos fueron los que introdujeron en Chicago la costumbre de untar las balas con ajo. Pensaban, erróneamente, que al hacerlo garantizaban que la gangrena se extendiera por el cuerpo de la victima que no hubieran podido rematar. Otra técnica que emplearon en más de una ocasión consistía en que Anselmi estrechara con fuerza la mano de un sujeto mientras Scalise se acercaba para efectuar un disparo mortal en su cabeza.


John Scalise

El día 10 por la mañana Dion O'Banion estaba preparando encargos en su tienda. La única persona que había con él era William Crutchfield, el encargado, que se encontraba barriendo la parte trasera. Un coche se detuvo y tres hombres se bajaron del vehículo y entraron en la floristería. Dion O’Bannion reconoció a uno de ellos, se dirigió hacia él y, ofreciéndole la mano, dijo: “Hola, muchachos. ¿Quieren las flores de Merlo?” El sujeto en cuestión estrechó su mano, tiró de él y le hizo perder el equilibrio. Los otros dos le dispararon seis veces en el pecho, cuello y cabeza antes de que pudiera sacar cualquiera de sus pistolas.


El cadáver de Dion O’Bannion

La policía no pudo resolver el crimen, pero todo el que se movía en el mundo del hampa, incluido Hymie Weiss, quien se puso al frente de los seguidores de O'Banion, sabía que Angelo Genna conducía el coche, que su hermano Mike fue quien estrechó la mano de la víctima y que Albert Anselmi y John Scalise, efectuaron los disparos.


El funeral de O’Banion

También se sabía que Torrio y Capone estaban detrás del asunto. El primero, tan prudente como siempre, se marchó a pasar fuera unas largas vacaciones. Capone, por su parte, permaneció en Chicago.


Los titulares sobre el asesinato de O’Banion

Weiss intentó asesinarle a balazos en junio de 1925, pero sólo su chofer resultó herido. Capone reaccionó a aquel atentado encargando un coche totalmente blindado, hecho para él por la General Motors, que costó la exorbitante suma de $30,000.00 dólares. Para poder circular con total seguridad por las calles de Chicago, Capone pagó esa cantidad a cambio de que le fabricaran un modelo exclusivo que combinara su línea característica con lo más avanzado en técnicas de blindaje.



El automóvil Cadillac de Capone

El auto le gustó tanto, que después compró otro. Con un peso de varias toneladas y un motor de cuarenta caballos con ocho cilindros en v, fue construido íntegramente con planchas de acero y cristales antibalas. Tras el asiento trasero tenía un compartimento secreto para las armas y la luneta de la parte posterior podía bajarse totalmente para que “los muchachos” pudieran disparar contra los vehículos que les persiguieran. En 1930, un empresario de espectáculos compró el coche y lo exhibió por toda Gran Bretaña durante la década de los años treinta. La leyenda de Capone seguía creciendo.


Su segundo auto

Los hombres de Weiss seguían los pasos de Torrio, así que decidió que estaría más seguro en la cárcel y se declaró culpable de los cargos que había contra él por su arresto en la fábrica de cerveza. Esperaba cumplir su condena mientras Capone ponía en su sitio a la banda del North Side. Le dieron cinco días para poner sus asuntos en orden antes de emitir una sentencia.


Torrio poco antes del atentado

El 24 de enero le tendieron una emboscada, y lo abordaron por sorpresa cuando volvía de compras con su mujer. Cuatro hombres que iban en un sedán lo hirieron en la cara, el pecho, la ingle y las dos piernas. Uno de ellos se inclinó sobre el indefenso mafioso para darle un tiro de gracia en la cabeza, pero antes de que apretara el gatillo, el conductor del coche tocó el claxon en señal de alarma y huyeron. Tres semanas más tarde se había recuperado lo suficiente como para comparecer en el juzgado y ser condenado a nueve meses de prisión.


El atentado contra Johnny Torrio

Aquellos disparos fueron demasiado para el viejo Johnny. Convocó una reunión en la prisión con Capone y sus abogados. Quería anunciarles que no volvería a intervenir en la dirección de la organización de Chicago. Aquello ya no era una cuestión de venganza personal: estaba a punto de comenzar una batalla despiadada contra irlandeses, judíos y polacos, los grupos asociados con Weiss, por conseguir el control. Cuando finalizara su condena, iba a retirarse. Se lo cedía todo a Capone. Por un golpe de suerte, aquel joven de veintiséis años y escasa cultura pasó de ser un matón a sueldo a estar a cargo de la organización.


En el funeral de Merlo, Frankie Yale había nombrado a Angelo Genna sucesor del difunto en la Unión Siciliana. Pero el 25 de mayo de 1925, Weiss y sus dos hombres de confianza, George “Bugs” Moran y Vincent Drucci, lo mataron tras una ardua persecución en coche por las calles de Chicago.


El funeral de Angelo Genna


En venganza, el 13 de junio Mike Genna, Scalise y Anselmi dejaron gravemente heridos a Moran y a Drucci. Cuando huían, cuatro detectives los persiguieron en coche hasta que los gangsters les sacaron ventaja suficiente como para detenerse, bajarse del vehículo y comenzar a disparar contra ellos. Dos de los agentes, Harold Olson y Charles Walsh, murieron en el tiroteo. Mike Genna, Scalise y Anselmi consiguieron escapar, pero poco después los capturaron y fueron acusados de asesinato en primer grado.


Mike Genna


El 8 de julio el tercero de los hermanos Genna, Tony, fue ejecutado en plena calle. Mucha gente pensaba que Capone estaba detrás del asunto. Tony era el cerebro de la hermandad, y con él fuera de juego, el territorio de los Genna estaba a disposición de cualquiera. Los hermanos que quedaban con vida no tuvieron valor suficiente para seguir luchando y se marcharon de la ciudad.


Tony Genna

El resto de la banda, dirigida por un músico profesional, Samoots Amatuna, quien acababa de reivindicar el liderazgo vacante de la Unión Siciliana, se unieron a Capone para crear un fondo de ayuda para pagar la defensa de Anselmi y Scalise; que estaban a punto de enfrentarse a un juicio por el asesinato del detective Olson. Recolectaron “contribuciones” de las familias italianas y de varios hombres de negocios importantes empleando la técnica de la amenaza cuando hacían caso omiso a las apelaciones al patriotismo.


Samoots Amatuna

Para asegurarse de que todo saliera según lo previsto, aterrorizaron a todos los testigos. Mientras se seleccionaba el jurado para el juicio, una bomba hizo estallar en pedazos la casa del detective Sweeney, el cual había matado a Genna y era el principal testigo de la acusación. Sólo se produjeron daños materiales. El ministerio fiscal hizo un buen trabajo. Varios testigos visuales identificaron a los acusados. El abogado defensor, Michael Ahem, sólo pudo argumentar que matar a un policía que estaba tratando de detenerles contra su voluntad era a lo sumo homicidio sin premeditación y que si el agente había disparado primero, era un acto de defensa propia. El veredicto de homicidio sin premeditación del jurado impactó al juez, quien condenó a los dos individuos a catorce años de prisión y exigió que ambos fueran juzgados por el asesinato del detective Walsh.


No tardaron en reemprenderse las colectas para un fondo de ayuda en la “Pequeña Italia”, pero en esta ocasión sin la colaboración de Samoots Amatuna, quien murió a manos de Drucci y un segundo hombre en una barbería el 13 de noviembre. La Unión Siciliana de Chicago quedó en poder de Tony Lombardo, el candidato de Capone. En esta ocasión, la gente estaba menos dispuesta a dar dinero espontáneamente. Ocho personas, incluidos los últimos vestigios de la banda de los Genna, fueron asesinadas, víctimas de la ola de violencia.


Tony Lombardo

En el segundo proceso contra Anselmi y Scalise, dos testigos de la defensa juraron que fue la policía la que empezó el tiroteo. Ambos fueron absueltos, y en mayo de 1926 comenzaron a cumplir la condena por el homicidio del detective Olson. Por entonces un nuevo atentado ocupaba los titulares de los periódicos. Una banda liderada por un irlandés, William “Klondike” O'Donnell, estaba vendiendo su cerveza en Cicero. El 27 de abril el jefe mafioso fue a un local a tomar unas copas con unos amigos y cuando se marchaban, cinco coches se cruzaron en la carretera. Capone y otros tres individuos armados estaban dentro de uno de ellos.


William “Klondike” O’Donnell

El irlandés y su hermano se salvaron escondiéndose debajo de un coche, pero tres de sus compañeros murieron bajo una lluvia de balas. Una de las víctimas era William McSwiggin, un fiscal joven que había llevado la acusación en el primer juicio contra Anselmi y Scalise. El escándalo ensombreció todo lo sucedido anteriormente. Robert Crowe, fiscal del Estado de Cook, prometió una investigación exhaustiva. Se seleccionaron seis jurados, pero apenas descubrieron nada nuevo y no fue difícil desviar su atención a cuestiones irrelevantes. Al final decidieron que el fiscal McSwiggin tenía algún motivo inocente y limpio para reunirse con el mafioso.


William McSwiggin

Por otra parte, una fuerza especial de agentes de la ley estaba causando problemas a Capone, ya que habían destrozado varios de sus locales. Al desapareció durante tres meses y reapareció el 27 de julio para hacer frente a una acusación de asesinato. Pero los cargos se retiraron por falta de pruebas. Poco después, Al Capone hacía declaraciones a la prensa, en las que negaba haber matado a McSwiggin, a quien apreciaba sinceramente, aunque admitió lo siguiente: “Yo pagué a McSwiggin, le entregué mucho dinero y les aseguro que conseguí aquello por lo que le había pagado”. En aquel momento, el mafioso hacía evidente lo que todo el mundo sospechaba: la corrupta alianza que existía entre los gangsters de Chicago y aquellos que habían jurado acabar con ellos.


Los titulares sobre la muerte de William McSwiggin

En el mes de agosto, la guerra entre bandas volvió a estallar de modo irreversible. En dos ocasiones los hombres de Capone tendieron una emboscada a Hymie Weiss y a Vincent Drucci en pleno centro de su zona de operaciones. En ambos casos se produjeron tiroteos, pero no hubo heridos y no se llevó a cabo ningún arresto.


Vincent Drucci

El 20 de septiembre, la banda del North Side devolvió el golpe. Las personas que se encontraban cenando en el Hawthorne Inn, incluido Capone, oyeron el chirrido de las ruedas de un coche al frenar y el inconfundible sonido de varias ráfagas de ametralladora. Cuando el ruido cesó, salieron a echar un vistazo. No causaron daños, habían disparado con balas de fogueo. Frank Río, uno de los lugartenientes de Capone, fue el primero en darse cuenta de que los disparos eran una trampa. Inmediatamente se echó sobre su jefe tirándole al suelo mientras la fachada del local volaba en pedazos bajo una lluvia de balas. Diez coches pasaron lentamente ante ellos disparando sin cesar. A pesar de los daños, sólo cuatro personas (un miembro de la banda y una familia de transeúntes inocentes) resultaron heridas. Capone pagó todas las facturas del hospital.


Capone en la portada de la revista Time

El 4 de octubre Tony Lombardo, alias “El Castigador” (“The Scourge”), uno de los mejores asistentes del gánster, se reunió con Hymie Weiss para pactar una tregua. Este accedió a poner fin a la guerra si Scalise y Anselmi eran asesinados. Lombardo llamó inmediatamente a su jefe para ponerle al tanto de las condiciones del acuerdo. Pero la respuesta del mafioso fue breve y contundente:“No le haría una cosa así ni a un perro salvaje”. Weiss se echó atrás y una semana más tarde estaba muerto.


Tony Lombardo “El Castigador”

Hymie Weiss tenía sus oficinas en el 738 de North State Street, sobre la floristería de la que O'Banion fue copropietario. El 8 de octubre, un hombre alquiló una habitación en el 740 de la misma calle, justo enfrente de la tienda. Pagó una semana por adelantado, después desapareció. En el cuarto se alojaron dos italianos que se turnaban para dormir y observar por la ventana. El 11 de octubre a las 16:00 horas, un coche se detuvo. Dentro iban Hymie Weiss, el chofer, su guardaespaldas, un político local y un abogado defensor que estaba trabajando para él. Cuando el grupo estaba cruzando la calle en dirección a la tienda, cayó sobre ellos una cortina de balas de ametralladora y cartuchos de escopeta. El jefe de la banda, el conductor y el guardaespaldas murieron en el acto y los otros dos resultaron heridos de gravedad.


El cadáver de Hymie Weiss

La policía encontró treinta y cinco casquillos, tres cartuchos de escopeta y un sombrero de fieltro gris, sello de los miembros de la banda de Capone, en la habitación. Al manifestó su pesar diciendo: “Hay negocio para todos sin necesidad de matarnos los unos a los otros por las calles como si fuéramos animales. No quiero terminar mis días tirado en una cuneta con el cuerpo lleno de balas de ametralladora. ¿Por qué habría yo de matar a Weiss?” El jefe de policía Morgan Collins declaró a la prensa que estaba seguro de que Capone era el responsable de la muerte de aquellas personas, pero “es una pérdida de tiempo arrestarle. Ya se le ha acusado de asesinato en otras ocasiones. Siempre tiene una coartada”. Como era de esperarse, no se produjo ninguna detención.


El 21 de octubre, los treinta capos de la mafia más importantes del mundo del hampa se reunieron en el hotel Sherman, donde primero se pactó un alto el fuego y después unánimemente se aceptaron las propuestas de Al Capone para establecer nuevos sectores de influencia territoriales. Estableció las “Cinco Reglas”, un documento donde se dictaban una serie de normas que deberían seguir todas las bandas de Chicago:

"1.- Todos los miembros de la banda que hayan sido heridos en altercados con otras bandas y que hayan provocado muertes, quedan amnistiados desde ese momento. Nadie podrá levantar la mano contra ninguno de ellos, sea de la banda que sea.

"2.- Todas las bandas representadas renuncian a la violencia en sus disputas con otras bandas.

"3.- Se establece el fin de los atentados.

"4.- No sucederán más invasiones de territorios, quedando explícitas las zonas de influencia de cada banda.

"5.- La violación de alguna de estas normas por alguien es un acto conjunto de toda la banda y su jefe".

Todos aplaudieron. Al Capone era ahora el amo indiscutible de la ciudad, el gran jefe, el "Pequeño César", el capo di tutti capi. Capone aprendió mucho de la Mafia, pero la Mafia aprendió mucho más de él. Él les enseñó el valor de la organización. Aquel hombre pálido, robusto, de mediana estatura e inagotables energías, poseía capacidades administrativas que lo hubieran podido llevar al pináculo de los negocios legítimos. Con rapidez sorprendente levantó la mayor de las empresas ilícitas del mundo y la hizo un modelo de eficiencia, de trabajo en equipo y de autoridad hábilmente delegada. Con el tiempo, llegó a hacer utilidades líquidas de millones de dólares anuales.


William Hale Thompson, un bostoniano más conocido como “Big” Bill Thompson, fue un atleta muy popular en su juventud. En 1900, a los treinta y cinco años, comenzó su carrera política casi por casualidad, al convertirse en el sustituto de un candidato republicano en unas elecciones municipales. Nunca fue un intelectual, le gustaba vestirse de vaquero y confiaba en un estilo retórico, rudo y espontáneo, basado en constantes llamamientos al patriotismo y al racismo para atraer al público. Durante las campañas electorales adaptaba sus principios a la audiencia, pero una vez elegido, seguía una línea permisiva, acumulaba cargos públicos para amigos igual de inmorales que él y se centraba en consolidar la base de su poder personal. Esta mezcla de demagogia y corrupción lo convirtió en alcalde de Chicago en tres ocasiones, doce años que dejaron a la ciudad casi en la miseria. Cuando en 1944 murió de pulmonía, seguía ambicionando cargos públicos: la enfermedad lo sorprendió en el momento en que se presentaba como gobernador del Estado de Illinois.


William Hale Thompson, “Big” Bill Thompson

A finales de 1925, Capone y su familia viajaron a Nueva York para visitar a viejos amigos y miembros de la familia además de buscar al mejor médico. Sonny Capone tenía un problema de mastoides que requería una intervención quirúrgica bastante delicada. Aunque la operación fue un éxito, esta afección lo dejó parcialmente sordo. El día de Navidad, Capone fue a tomar unas copas a uno de sus antiguos tugurios favoritos, donde, por pura coincidencia, asesinaron a tres gangsters irlandeses que controlaban el contrabando de alcohol en los muelles, para abrir camino a los italianos en el control del sindicato de estibadores. Ninguno de los presentes en el club testificó sobre el tiroteo y Al, que pasó el resto del día en la cárcel, quedó en libertad.


Las elecciones primarias republicanas, celebradas para elegir a los candidatos del partido que ocuparían cargos públicos menores en Chicago, fueron las más violentas de toda la historia de la ciudad, ya que la facción liderada por “Big” Bill Thompson se enfrentó con la dirigida por el senador del Estado, Charles Denen. Durante la campaña electoral los mafiosos de ambas facciones utilizaron bombas y granadas para volar por los aires las casas de cuatro candidatos y asesinar a uno de ellos, el estafador "Diamond" Joe Esposito, que se presentaba como concejal.


"Diamond" Joe Esposito

También el hogar del senador Deneen fue dinamitado. El 10 de abril, el día de las elecciones, los matones que apoyaban a Thompson se echaron a la calle. Uno de los candidatos de Deneen, un abogado negro llamado Octavius Granady, cayó en una emboscada y murió acribillado en un colegio electoral. A pesar de las amenazas y de los ya habituales fraudes electorales, la participación se dobló y los ciudadanos expresaron su repulsa unánime hacia los partidarios de Thompson. Aunque el alcalde aún permaneció tres años más en su cargo, los resultados debilitaron definitivamente su maquinaria política.



Los titulares sobre el asesinato de Esposito


Una vez pactada la paz, el principal objetivo de Capone era asegurar la victoria de “Big” Bill Thompson en las elecciones a la alcaldía que tendrían lugar en el mes de marzo. Sin embargo, a pesar de haber llegado a una tregua, los miembros de la banda de North Side que aún quedaban en pie, comenzaron a obsesionarse con la idea de derrotar al capo. Vincent Drucci le siguió en una excursión a Hot Springs, en Arkansas, un conocido lugar de reunión de algunos mafiosos, tuvo la oportunidad de acabar con él empleando su escopeta y la perdió. Fue su última esperanza. Poco tiempo después lo arrestaron. Durante la detención intentó arrebatarle la pistola a un policía y éste disparó contra él causándole la muerte.


El cadáver de Vincent Drucci

Las elecciones fueron relativamente pacíficas. “Big” Bill ganó sin problemas y comenzó su mandato declarándose otra vez “flexible en todos los aspectos”. Dio carta blanca a los contrabandistas de licores de toda la ciudad. El jefe de policía Collins y muchos otros oficiales reformistas fueron sustituidos por una dotación de amigos del alcalde. Capone volvió tranquilamente a instalar su base de operaciones en plena ciudad, en el hotel Metropole, muy cerca del Ayuntamiento y de la Jefatura de Policía. La mayoría del personal de ambas instituciones recibían un sueldo del capo.


En la apelación, Scalise y Anselmi consiguieron que se celebrara una nueva vista del caso en junio de 1927, en la que fueron absueltos, llegando el Tribunal a la conclusión de que se habían defendido contra una “agresión policial injustificada”. Desde el juzgado se fueron a una gran fiesta organizada por su nuevo jefe, Al Capone. Tras la caída de los Genna, una nueva banda de hermanos, los Aiello, había cobrado protagonismo en la “Pequeña Italia”. Su líder, Joseph Aiello estaba indignado porque Tony Lombardo, uno de los hombres del capo, le había quitado el puesto en la presidencia de la Unión Siciliana. Aiello hizo causa común con los gangsters de la banda de North Side, dirigidos ahora por “Bugs” Moran, y puso el precio de $50,000.00 dólares a la vida de Capone.


La Banda Aiello

Cuatro asesinos llegados de otra ciudad intentaron acabar con él para conseguir la recompensa, pero murieron a manos del mejor pistolero de Capone, Jack “Ametralladora” McGurn, antes de que pudieran acercarse a él. Otra de las conspiraciones de Aiello también fracasó, al encontrar la policía numerosos emplazamientos preparados para una emboscada cerca de los lugares que solía frecuentar Al Capone. Las pruebas condujeron hasta Joseph y fue arrestado. Cuando se divulgó la noticia, los secuaces del capo rodearon la comisaría en que estaba detenido. Aiello, aterrorizado, pidió una escolta policial y se marchó de Chicago.


Jack “Ametralladora” McGurn

El ambiente cambió en la ciudad cuando “Big” Bill Thompson decidió presentarse como candidato a la presidencia en las elecciones de 1928. No podía permitirse dar la imagen de ser tolerante con los criminales, así que hizo que el nuevo jefe de policía, Michael Hughes, comenzara a acosar a Al Capone. El 5 de diciembre de 1927, Capone convocó una rueda de prensa para anunciar su marcha de Chicago. El “trabajo de proporcionar licores a la ciudad era demasiado ingrato y sufrido”, declaró.


Bill Thompson

Al finalizar el año, Capone volvió a marcharse, esta vez en busca de la tranquilidad y el buen clima de Florida. Compró en Palm Island, cerca de Miami Beach, una casa con catorce habitaciones de estilo español. Poco después trasladó su cuartel general de Chicago, del hotel Metropole al Lexington, ocupando, nada menos, que una planta y media completas.


El Hotel Lexington

El 1 de julio de 1928, Frankie Yale fue abatido a balazos en Nueva York. La policía siguió la pista de las armas empleadas en el tiroteo, incluida la primera ametralladora Thompson utilizada en esa ciudad, y llegaron, una vez más, hasta Chicago.


El cadáver de Frankie Yale

Jamás se acusó a Capone de la muerte de su amigo, pero se sospechaba que podía tener algo que ver. Habían tenido diferencias desde que Yale no apoyó el nombramiento de Tony Lombardo al frente de la Unión Siciliana. Además, se rumoraba que la víctima había estado engañando al capo en el negocio de licores.


El funeral de Frankie Yale

Dos meses más tarde, el 7 de septiembre, los hombres de Aiello dispararon contra Tony Lombardo en una calle abarrotada de gente y dos de las balas le volaron media cabeza. Después se deshicieron de su sucesor, Pasquale Lolordo, dejando a Joe Aiello a cargo de todo. Pasó un año en su puesto antes de que los hombres de Capone le tendieran una emboscada. Lo sustituyó un candidato presentado por el capo.


Pasquale Lolordo

Pero la guerra contra los Aiellos no era el único problema al que Capone tenía que enfrentarse. La banda de North Side seguía siendo su mayor dolor de cabeza; secuestraban sus camiones y ponían bombas en los bares que compraban su cerveza.


Joseph Aiello

En varias ocasiones intentaron asesinar a su mejor pistolero, Jack “Ametralladora” McGurn, y en una de ellas estuvieron a punto de lograrlo al cogerlo desprevenido en una cabina telefónica. La cabina quedó hecha añicos al ser acribillada por los disparos, pero a McGurn le encontraron vivo entre una montaña de cristales y astillas de madera y, tras unos meses de hospitalización, se recobró. Moran aprovechaba cualquier oportunidad para vilipendiar a Al Capone, a quien solía referirse como “La Bestia”. Una vez dijo: “Él siempre lleva guardaespaldas. Yo un par de amigos. Jamás duerme por las noches. Diría que es drogadicto”. La paciencia del capo llegó al límite. Al comenzar el mes de febrero de 1929, se reunió con McGurn en Palm Island y puso en marcha la solución para erradicar el problema de la banda del North Side.


El 14 de febrero a las 10:30 horas, Capone tenía una cita en Florida con un renombrado hombre de leyes. A la misma hora, la banda rival se reunía en un almacén, en el nº 2122 de North Clark para esperar la llegada del whiskey robado. Moran se retrasaba, pero estaban sentados, charlando en el frío local otros seis miembros de la banda y un séptimo acompañante.


El almacén


De repente apareció un Cadillac negro, el modelo utilizado por la policía, y se detuvo en la puerta. Dos hombres uniformados salieron de la parte delantera del vehículo y se dirigieron al edificio seguidos por dos sujetos, otra persona se quedó en el coche.


Puestos de observación para vigilar el almacén

Moran y un amigo se dirigían al almacén cuando vieron el coche detenido a la puerta; temiendo que se tratara de una redada, dieron media vuelta y desaparecieron.


“La Masacre del Día de San Valentín”

Momentos después de que los supuestos policías entraran en el local, los vecinos oyeron ráfagas de ametralladora; a continuación, la gente que se asomó por las ventanas vio aparecer a los falsos agentes apuntando a dos individuos con una pistola y creyeron que se trataba de una redada. En el interior del almacén reinaba un silencio absoluto. Cuando acudió la policía, se encontró con una verdadera masacre.


Los cadáveres




Un perro pastor alemán chillaba todo el tiempo, echado frente a la sangrienta escena. Seis de las víctimas estaban muertas; la séptima, Frank Gusenberg, aún vivía pese a tener catorce heridas de bala. Lo trasladaron de inmediato al hospital, pero falleció poco después. Siempre fiel al código de la mafia, la víctima se negó a proporcionar información. Cuando le preguntaron quién le había disparado, respondió: “Nadie”.


La policía y los curiosos rodean el almacén




“La Masacre del Día de San Valentín” ocupó grandes titulares en los periódicos de todo el mundo. Según la reconstrucción de los hechos realizada posteriormente por la policía, los dos falsos agentes habían simulada una redada, desarmaron a los miembros de la banda de North Side y los exterminaron dibujando eses en la pared con el fuego de sus ametralladoras.


La reconstrucción de hechos

“Bugs” Moran no albergaba dudas sobre la identidad del último responsable de lo sucedido. “Sólo Capone mata de esa forma”, afirmó cuando se enteró de la noticia. El capo organizó una gran fiesta de San Valentín en Florida aquella noche para sus amigos, sabiendo, en todo momento, que su coartada era irrecusable.


Los titulares sobre la masacre





Se ofreció una recompensa de $100,000.00 dólares para quien pudiera proporcionar alguna información sobre los asesinos, pero nadie habló. Una semana más tarde, el coche apareció medio desmantelado en un garaje a unos cinco kilómetros de distancia. La policía relacionó el vehículo con un asociado de Capone, pero las pistas eran demasiado imprecisas. Jack McGurn, Scalise y Anselmi fueron arrestados, pero los tres quedaron en libertad por falta de pruebas.


Las víctimas 

El 14 de diciembre de 1929 se encontraron dos de las ametralladoras empleadas en la masacre, en la casa de un gangster de San Luis, Fred “El Asesino” Burke. El hallazgo tuvo lugar poco después de que disparara contra un policía causándole la muerte.


Fred Burke

Burke, quien encajaba con la descripción de uno de los hombres que iban en el falso coche patrulla, murió mientras cumplía condena de cadena perpetua por el asesinato del agente.


Los titulares vinculando a Burke con Capone

Cuatro años más tarde, Alvin Karpis, ladrón y secuestrador, dio los nombres de los cuatro hombres que acompañaban a Burke el día de San Valentín. Se trataba de Claude Maddox, George Ziegler, Gus Winkler y “Cuello Largo” Nugent. Excepto Maddox, todos provenían de otra ciudad. Capone los había contratado exclusivamente para llevar a cabo la masacre.


Claude Maddox

Tres días después de “La Masacre del Día de San Valentín”, Capone recibió una citación para comparecer ante el Gran Jurado Federal de Chicago en relación a ciertas investigaciones sobre el contrabando de licores. Temiendo la venganza de Moran, Al Capone convenció a su médico para que le hiciera un certificado de enfermedad, en el que, exagerando un poco la leve bronquitis que padecía en aquel momento, constara un ataque de pleuresía que le impedía asistir a la vista, lo que supuso una acusación de desacato al Tribunal, ya que aparecía en acontecimientos sociales y deportivos alardeando de una salud de hierro.


Muy a su pesar, tuvo que volver a Chicago, ya que uno de sus guardaespaldas, Frank Río, tenía malas noticias para él. Joe Giunta, un candidato presentado por Capone para ocupar el fatídico cargo de presidente de la Unión Siciliana, había nombrado vicepresidentes a Albert Anselmi y a John Scalise. El capo se negaba a creer esto sin una prueba, así que les tendió una trampa. El y Río discutieron acaloradamente delante de los sicilianos, y el guardaespaldas acabó explotando. Scalise mordió el anzuelo y buscó su complicidad pidiéndole ayuda para acabar con su jefe, Al Capone. No contaba con el formidable servicio de espionaje de Capone. Desde el principio, y ésta fue otra lección que le dio a la Mafia, Capone se había preocupado por establecer una red de información de gran eficacia. Todos los barberos, las manicuristas, los mozos de hotel, cantineros, porteros, taxistas y limpiabotas de Chicago sabían a qué número de teléfono debían llamar cuando llegasen a oír algo que pudiera interesar al Jefe. También lo sabían los agentes de policía de Chicago y de otras ciudades: los informes valiosos se pagaban muy bien. Además, Capone tenía a sueldo una cuadrilla de trabajadores expertos en el arte de hacer conexiones secretas en los teléfonos para interceptar mensajes... a pesar de que tal sistema era casi desconocido en ese tiempo. Al cabo de pocos días supo todos los detalles de la conspiración que se tramaba contra él y tomó una venganza tan atroz, que aun juzgada por los mismos códigos del hampa llegó a considerarse clásica.


El 7 de mayo de 1929, Capone celebró un banquete en el Hawthorne Inn en honor de Giunta, Scalise y Anselmi, y el festín se prolongó hasta altas horas de la madrugada. Cuando los sicilianos, hartos de comer y confusos por el vino, se relajaron totalmente, su anfitrión se puso en pie. Capone comenzó un discurso ante sus hombres de confianza. Los tres invitados especiales aplaudían las palabras de su jefe, mientras éste comenzaba a rodear la mesa de estos. De repente, el rostro de Capone se transformó en una mueca de locura: tras una serie de insultos lanzados a los comensales, les gritó: “¡Perros traidores!” Capone arrojó la bebida de su copa a la cara de Giunta. Scalesi intentó desenfundar su pistola, pero fue inmediatamente desarmado por los guardaespaldas.


La ejecución

Capone agarró entonces un bate de baseball que tenía bajo la mesa y se colocó a espaldas de Giunta; luego le dio un batazo en el cráneo, llenando las mesas contiguas de sangre. Segundos después, el bate cayó sobre la frente de Scalesi, quien quedó tendido sobre el mantel de lino, gimiendo y arrojando sangre por ojos, oídos, nariz y boca. Anselmi sólo pudo persignarse antes que acabaran también con él. Uno de sus hombres le alcanzó una pistola para rematarlos. Capone escupió el suelo, les dio órdenes a Accardo y Ziegler para que se deshicieran de los cadáveres y salió del cuarto dando grandes zancadas, visiblemente alterado.


Una semana después, una patrulla de la policía era alertada al descubrir tres cuerpos en una cuneta de la carretera, junto a un depósito de agua, en la frontera del Estado de Indiana. Los agentes que llegaron encontraron un gran bulto envuelto en una sabana. Al abrirlo, encontraron a un hombre robusto al que le faltaba un trozo de cráneo: era Anselmi. A otro le faltaba el maxilar inferior: era Giunta. A pocos metros estaba el cuerpo de Scalesi, el cual había sido acribillado en la cara. A partir de aquel momento no sólo Moran quería su cabeza: la comunidad siciliana pedía venganza. Como Torrio en su día, Al Capone decidió refugiarse en la cárcel. Organizó, en Atlantic City, una reunión con los capos de varias ciudades del país con el propósito de discutir las bases de una organización a nivel nacional. Después, en el viaje de vuelta a Chicago, se detuvo en Filadelfia con Frank Río. Se fueron al cine y allí se encontraron con James Malone, un contacto de la policía. Éste les desafió y ellos entregaron sumisamente sus pistolas. Los acusaron de tenencia ilícita de armas. Cuando lo interrogaron, el capo confesó estar cansado del crimen organizado: “La semana pasada mataron a tres de mis amigos. Esto es algo que me tiene muy preocupado”. Se olvidó de mencionar un pequeño detalle: él era quien los había mandado asesinar. Capone se declaró culpable, pero sufrió un gran impacto al enterarse de que iban a condenarlo a la máxima pena: un año de prisión. En agosto lo trasladaron de la atestada cárcel del condado de Holmesburg, a los cómodos barracones de la penitenciaría del Estado, donde le aguardaban una celda totalmente amueblada y un agradable trabajo en la biblioteca. Un vigilante complaciente le permitía recibir visitas y utilizar el teléfono para hablar con abogados, políticos y socios, en particular con su hermano Ralph y con Jake Guzik, quienes se encargaban de todo su imperio del crimen durante su ausencia.


Penitenciaría de Cook

Hacia 1925, la economía mundial se hallaba bastante equilibrada, la producción había vuelto al nivel de antes de la Primera Guerra Mundial, la cotización de las materias primas parecía estabilizada y los países que atravesaban un periodo de alta coyuntura eran numerosos. Sin embargo, no era un retorno a la belle époque. Una serie de equilibrios tradicionales quedaban alterados: la producción y el bienestar progresaban de manera espectacular en unas partes (Estados Unidos y Japón), mientras que en otras, perdida la prosperidad anterior a la guerra, vivían abrumados por el desempleo y las crisis endémicas; en particular en el Reino Unido. Al mismo tiempo, los estadounidenses complicaban de singular manera la posición de los europeos. La deuda internacional no podía pagarse sino con oro o mercancías, y los estadounidenses frenaban sus importaciones de Europa con nuevos y cada vez más elevados derechos de aduana, al tiempo que utilizaban su superioridad para imponer sus exportaciones a Europa. Por otra parte, los Estados Unidos disponían de las mayores reservas de oro del mundo, por lo que, para mantener el patrón oro, hubo de conceder cuantiosos préstamos a Europa. Tal fue el origen de los planes Dawes y Young. En 1914, la economía estadounidense vivía en plena era de prosperidad, y la guerra europea la acrecentó: durante tres años sucesivos, los Estados Unidos fueron los proveedores de un mercado casi ilimitado, mientras las potencias europeas se aniquilaban entre sí. La capacidad industrial de los Estados Unidos también había aumentado considerablemente, y su agricultura progresaba a idéntico ritmo.


El Crack Bursátil de 1929, también conocido como la Crisis de 1929, fue la más devastadora caída del mercado de valores en la historia de la Bolsa en Estados Unidos, tomando en consideración el alcance total y la larga duración de sus secuelas. Se suelen usar las siguientes tres frases para describir este colapso de las acciones: Jueves Negro, Lunes Negro y Martes Negro. Todas ellas son apropiadas, dado que el crac no fue un asunto de un solo día. La caída inicial ocurrió el Jueves Negro (24 de octubre de 1929), pero fue el catastrófico deterioro del Lunes Negro y el Martes Negro (28 y 29 de octubre de 1929) el que precipitó la expansión del pánico y el comienzo de consecuencias sin precedentes y de largo plazo para los Estados Unidos.


El Crack Bursátil

El colapso continuó por un mes. Los economistas e historiadores no están de acuerdo en qué rol desempeñó el crack en los eventos económicos, sociales y políticos subsecuentes. En Estados Unidos, el crack coincidió con el comienzo de la Gran Depresión, un periodo de declive económico en las naciones industrializadas, y llevó al establecimiento de reformas financieras y nuevas regulaciones que se convirtieron en un punto de referencia. La crisis del 29 ha sido, probablemente, la mayor crisis económica a la que se ha enfrentado el sistema capitalista.


La Gran Depresión



Al momento de la crisis, la ciudad de Nueva York había crecido hasta convertirse en la mayor metrópoli y en su distrito de Wall Street eran muchos los que creyeron que el mercado podía sostener niveles altos de precio.




La euforia y las ganancias financieras de la gran tendencia de mercado fueron hechas pedazos el Jueves Negro, cuando el valor de las acciones en la Bolsa de Nueva York se colapsó. Los precios de las acciones cayeron ese día y continuaron cayendo, a una tasa sin precedentes, por un mes entero.




Cien mil trabajadores estadounidenses perdieron su empleo en un periodo de tres días. La situación económica llegó a su punto de mayor depresión en 1932; desde entonces comenzó una recuperación lenta y parcial hasta la Segunda Guerra Mundial.




Durante su estancia en prisión, Al Capone fue un preso modelo, por lo que lo liberaron en marzo de 1930 tras conseguir la mayor reducción de pena posible por buena conducta. Salió clandestinamente de la prisión un día antes de lo anunciado para evitar a la prensa y a la multitud de curiosos que se agolpaban en las puertas de la cárcel para conseguir unas palabras o ver de lejos al famoso gangster. Una vez fuera, se dirigió directamente al Hawthorne Inn para reunirse con Guzik. La situación había cambiado en su ausencia. La Gran Depresión estaba perjudicando a los negocios, ya que la gente bebía y jugaba mucho menos.



El 5 de diciembre de 1928, la policía irrumpió en el hotel Cleveland y disolvió una reunión de veintisiete jefes de bandas de sicilianos de todo el país. Cinco meses más tarde se celebró una sesión similar, esta vez incluyendo a otros grupos étnicos, en el hotel President de Atlantic City. Torrio y Capone estuvieron allí junto a otros gangsters de Chicago, a excepción de los representantes de la banda del North Side. Salvatore “Lucky” Luciano y Dutch Schulz acudieron desde Nueva York y no fueron los únicos que recorrieron grandes distancias para poder asistir. Discutieron las condiciones para poner en práctica un tratado de paz y sentaron las bases para una organización a nivel nacional. Tres días después, todas las facciones firmaron un acuerdo para que en cada zona del país se operara bajo el mandato de un único jefe. Capone fue elegido jefe en la zona de Chicago. También se formó un comité ejecutivo nacional, con Torrio como presidente. Esta reunión y la de Cleveland fueron, sin lugar a dudas, el comienzo del crimen organizado a nivel nacional en los Estados Unidos.


En 1928, la responsabilidad de hacer cumplir la Ley Volstead (la “Ley Seca”) pasó del Departamento del Tesoro al de Justicia. Fue entonces cuando nombraron a Eliot Ness, un abogado de la Universidad de Chicago de veintiséis años, como encargado de formar una brigada de agentes incorruptibles que acabaran con las operaciones de contrabando de licores de Al Capone.


Eliot Ness

Ness encontró a nueve hombres jóvenes con los conocimientos y los expedientes necesarios para llevar a cabo tan arriesgada empresa. El grupo nada tenía que ver con los corruptos policías con los que estaban acostumbrados a tratar; esos agentes comenzaban a ser conocidos como “Los Intocables”.


En medio de la ola de publicidad que levantaron, comenzaron a desmantelar los almacenes del capo, destrozando a su paso propiedades y licor por un valor superior al millón de dólares y reuniendo numerosas pruebas contra los miembros de la banda.


Su mayor mérito consistió, pese a las extravagantes declaraciones de Ness asegurando que había “secado Chicago”, en distraer e irritar, lo cual permitió que la investigación de Hacienda consiguiera su objetivo.


“Los Intocables”

Capone aún no lo sabía, pero un adversario aún más peligroso estaba siguiéndole la pista. El presidente Hoover, que subió al poder en 1929, había convertido la destrucción del capo en una prioridad. Como la mayoría de sus crímenes eran un asunto estatal en lugar de nacional, el gobierno decidió atacar en dos frentes: el contrabando de licores y la evasión de impuestos, ya que el Al Capone jamás había hecho una declaración fiscal. Mientras Eliot Ness y “Los Intocables” iban clausurando los bares de Capone, el Departamento de Hacienda investigaba sus ingresos. Habían empezado a interesarse por él en 1927, después de que el Tribunal Supremo decidiera que los ingresos ilegales habían de estar tan sujetos a impuestos como los legales. Primero probaron suerte con Ralph Capone, quien se había declarado insolvente. Las investigaciones pusieron al descubierto un largo rastro de cuentas bancarias, todas relacionadas de una u otra forma con Ralph, a través de las cuales habían circulado $8,000,000.00 de dólares en tan sólo cuatro años. Lo arrestaron el 8 de octubre de 1929 y en abril de 1930 lo sentenciaron a tres años. Guzik fue el siguiente: le cayeron cinco años en la Penitenciaria del Estado, pero ambos salieron en libertad bajo fianza pendientes de apelación.


Ralph Capone

Frank J. Wilson, el jefe de la investigación que llevaba el Departamento de Hacienda en Chicago, tenía órdenes concretas de atrapar a Capone, misión nada fácil. A diferencia de su hermano y de Guzik, Al no guardaba ningún archivo, jamás había tenido una cuenta bancaria y siempre operaba con dinero en efectivo. Mientras Wilson examinaba los documentos incautados a lo largo de los años en varias redadas policiales, otros agentes interrogaban a comerciantes y hoteleros para obtener información sobre los gastos del capo. Mike Malone, uno de los hombres de Wilson, se inscribió en Lexington con el nombre de Mike Lepito, diciendo que venía de Filadelfia y procurando causar la impresión de que estaba huyendo de algo. La banda comprobó su historia y lo invitaron a formar parte del grupo. Cuando Capone salió de prisión, Frank J. Wilson le pidió que se presentara en su despacho para hacerle algunas preguntas. Al principio se mostró precavidamente cooperador, pero no tardó en perder la paciencia y terminó saliéndose de tono “¿Cómo está su esposa Judith, señor Wilson?” Cuando se marchó, le advirtió que tuviera cuidado. En su libro de memorias titulado Cómo atrapamos a Capone, Frank J. Wilson cuenta: “Cuando en 1928, salí de Baltimore para Chicago, me limité a decirle a mi esposa, en cuya compañía viajaba: ‘Judith, le estoy siguiendo la pista a un tal Curly Brown’. Si le hubiese dicho que Curly Brown era un apodo de Al Capone, mi mujer me hubiera obligado a dimitir inmediatamente del cargo y abrazar alguna profesión tranquila y respetable como, por ejemplo, la de afinador de pianos. La misión que me estaba encomendada era encontrar pruebas de que Capone había defraudado al fisco. En los años anteriores no había enviado, como es obligatorio, declaración jurada de ingresos. Madden, nuestro agente en Chicago, me dijo que probarle a Al Capone el delito de defraudación fiscal era algo así como un embargo en la Luna. El gran figurón de los trajes a cuadros y los cinturones con hebillas de diamantes tenía a Chicago en la palma de la mano. Hacía todos sus negocios sin dar la cara, valiéndose de testaferros. Para desanimar a los entrometidos, su ‘departamento de liquidación’ presentaba un total aproximado de cincuenta cadáveres al año.


“Como base de operaciones, el gobierno puso a disposición mía y de mis tres ayudantes una oficina en la antigua Administración de Correos. Era un cuartucho que parecía una alacena grande, sin ventanas, con un vidrio rajado en la puerta, paredes descarapeladas, un escritorio de gran tamaño y edad respetable. Pasé meses investigando infructuosamente en bancos, agencias de crédito y archivos de periódicos. Recorrí las sórdidas callejas de Chicago, pero no pude hallar rastro de que ni un solo dólar de las grandes casas de juego, los garitos de apuestas hípicas, los prostíbulos o los centros de contrabando de licores, hubiese ido a manos de Capone. A un reportero del diario Tribune de Chicago, llamado Alfred ‘Jake’ Lingle, se le había visto con Capone en Chicago y Miami; y, según datos confidenciales que recibí, estaba dedicado precisamente a escribir entrevistas. Así, visité al editor del Tribune, Robert McCormick, y le dije que el Gobierno de los Estados Unidos agradecería la cooperación de Lingle. ‘Diré a Lingle que lo ayude a usted en todo lo que pueda’, contestó el director. Lingle fue asesinado al siguiente día en una estación del tren subterráneo, precisamente en el sector más animado de la ciudad”.


Alfred “Jake” Lingle

La atención del gran público se centró en ese nuevo suceso: el asesinato de Alfred “Jake” Lingle, muerto de un solo balazo en la cabeza en un metro lleno de gente. Lingle se ocupaba de la sección de sucesos del Tribune de Chicago y le resultaba muy sencillo captar la atención de Capone. A pesar de su éxito, jamás ganó más de $65.00 dólares semanales. Su alto nivel de vida, explicó en varias ocasiones, era fruto de una herencia sabiamente invertida. Al principio, los periódicos le consideraron un mártir de la prensa y ofrecieron $50,000.00 dólares por la captura de su asesino. La investigación policial demostró que había perdido mucho dinero en la bolsa en el Crack del 29 y que no había recibido legado alguno. Lingle consiguió su fortuna sirviendo de enlace entre los gangsters, los políticos y la policía.


El cadáver de Alfred “Jake” Lingle

En abril de 1961, la justicia encontró culpable del crimen del periodista a Leo Brothers, un pistolero de San Luis, pero la inseguridad general sobre el veredicto quedó reflejada en el hecho de que obtuviera la mínima sentencia, catorce años. Después del juicio, los investigadores tuvieron acceso a una carta escrita por un proxeneta llamado Mike “The Pike” Heitler, asesinado tras un enfrentamiento con Capone. En ella mencionaba a ocho hombres del capo que habían planeado matar a Lingle por una traición sin especificar y citaba textualmente las palabras de uno de ellos: “Jake va a recibir su merecido”.


Leo Brothers

Al Capone fue producto de la cultura de la calle, de su juventud y de un ambiente económico muy complejo. Compartía el ideal estadounidense de la libre empresa y era un gran derrochador. Al Capone jamás se consideró a sí mismo un criminal. Bajo su punto de vista, él era un hombre de negocios que proporcionaba un servicio muy concreto, y si en algunas ocasiones era más duro que la mayoría, era sencillamente porque su campo de operaciones también lo era. Siempre se justificaba: “Lo único que hice fue vender cerveza y whiskey a nuestros mejores ciudadanos. Dicen de mí que estoy fuera de la ley. Todos lo estamos”. Afirmaba que era un benefactor público y señalaba: “No se puede apagar la sed por decreto”. Despreciaba a las personas con autoridad que bebían alcohol mientras condenaban su manera de vivir. Durante el juicio por evasión de impuestos preguntó: “¿Por qué no van contra los banqueros que se apropian de los ahorros de miles de personas humildes y los pierden declarándose en quiebra?”


Cuando tenía la oportunidad, no había nada que le gustara más que dar órdenes a un juez o un capitán de la policía y la gente solía relacionarle con Benito Mussolini, el dictador italiano; y, en realidad, tenía mucho de matón fascista. Sin embargo, su visión de la vida estaba más próxima a épocas más remotas: era básicamente un señor feudal. Regía en Chicago como si fuera un amo medieval, aplastaba a quienes lo atacaban y dispensaba favores a sus súbditos. Realizó los arreglos oportunos para que la gente pobre de Cicero pudiera comprar comida y combustible a su costa durante los crudos inviernos de Chicago. Durante la Gran Depresión fue uno de los primeros en instaurar comedores de beneficencia donde regalaba sopa caliente, café y donas a los desempleados; y el Día de Acción de Gracias, distribuyó cinco mil pavos entre la gente sin recursos. Muchas personas le devolvían su generosidad con una lealtad sin límites, aunque otros opinaban que estaba intentando comprar su complicidad.


Comedor de beneficencia auspiciado por Capone

Sus admiradores le llamaban “El Gran Al” o “El Gran Hombre”, apelativos que aludían fielmente a su aspecto, ya que era muy fuerte físicamente. Su enorme cabeza, asentada entre sus poderosos hombros, apenas dejaba que se le viera el cuello; él mismo acentuaba esta fisionomía taurina inclinando levemente hacia adelante al andar la parte superior de su cuerpo. También se vanagloriaba de su potencia sexual. Aunque adoraba a su esposa Mae por ser la madre de su hijo, mantenía a un sinfín de amantes, la mayoría de ellas escogidas en sus burdeles. La sífilis que acabó con su vida se la contagió una adolescente griega que había acomodado en el Metropole. El hecho de que Mae jamás la padeciera demuestra que la relación marital finalizó poco después de la boda. Al Capone contemplaba el sexo como una demostración de poder masculino, de potencia en el más amplio sentido de la palabra, y una de sus máximas era: “Cuando un hombre no aprecia los encantos de una mujer, está acabado”. Solía poner a prueba a sus guardaespaldas proporcionándoles bellas jovencitas de sus burdeles y el que no se comportaba como un hombre, perdía su trabajo.


El encanto de Capone no sedujo sólo a los pobres. El rumor de que tenía más de una vida y su llamativo modo de vestir, facetas puestas de manifiesto de numerosas maneras, convencieron a mucha gente de que era poco más que un amable, y amistoso, ladrón bondadoso con suerte. Siempre estaba disponible para la prensa, concediendo entrevistas con bastante frecuencia. En público se mostraba parlanchín, sociable y en ocasiones conservador: el típico amigo de toda la vida. Rara vez perdía la compostura y sólo se permitía el lujo de emborracharse estando con amigos de confianza. Su inteligencia impresionó a mucha gente, aunque hubo quien achacaba su carisma a una mera mezcla de encanto y malicia. Sin embargo, hasta sus críticos más severos admitieron que era un genio para la organización y que tenía buen olfato para los negocios.


Las chicas de Capone

Pero con todo, Capone fue, al menos parcialmente, responsable de la muerte de unas cuatrocientas personas, y mató personalmente a cerca de cuarenta. Asesinó por muchos motivos: en algunas ocasiones ciego de ira, como en el caso de Joe Howard; otras por un sentimiento de traición, como en el de Anselmi, Sealise y Giunta; muchos de sus crímenes surgieron de un poderoso sentido de conservación, como el de Weiss, o como manifestación de la crueldad colectiva, como “La Matanza del Día de San Valentín”. Ni qué decir tiene que al principio mató por dinero y por el poder que éste le proporcionaba. Otros asesinos célebres de la década de los años treinta, como los bandidos John Dillinger, Raymond Hamilton, Bonnie y Clyde o la banda de Barker-Karpis, provenían de clase baja y media, o de un ambiente rural, y adoptaron las técnicas de robo y fuga del salvaje oeste. Los gangsters, por el contrario, eran hijos de la primera o segunda generación de inmigrantes, pertenecían a cerrados clanes de vecindario y crecieron como miembros de bandas callejeras. La mayoría eran irlandeses, judíos o italianos, pero había también alguno que otro polaco. Para ellos, luchar por el honor y el territorio era algo natural.


El mismo Capone puntualizó las influencias que más lo marcaron. Cuando se mencionaba el terrible efecto que estaban produciendo las películas sobre gangsters en los niños de la década de los años veinte, él recordaba con nostalgia las novelas baratas de su juventud, “que te hacían desear salir a la calle, matar a los piratas y buscar un tesoro escondido”. Para Al Capone, el asesinato era una forma legítima de expresión social, la consecuencia lógica de alcanzar el “sueño americano”, de conseguir el bienestar y la riqueza mediante la competición. En abril, el demócrata Anton Cermak derrotó por mayoría a “Big” Bill Thompson y empezó a molestar a Capone en favor de otros matones que le habían apoyado en la campaña. Dos años después, uno de los hombres del capo asesinó a Cermak en un mitin político.


El asesinado Anton Cermak

Frank J. Wilson prosiguió su investigación exhaustiva durante meses. El 25 de abril de 1931 el capo fue condenado a seis meses de prisión por una acusación de desacato al Tribunal impuesta hacía dos años, pero salió en libertad bajo fianza pendiente de apelación. En sus memorias, Wilson cuenta: “Yo estaba confundido y atascado. Pasaron dos años sin que nada pudiera hacer. Capone figuraba a diario en las primeras páginas de los periódicos. Todo el mundo decía que cobraba un porcentaje por cada caja de whiskey que entraba en Chicago; que explotaba miles de tabernas clandestinas, miles de garitos de apuestas, quince casas de juego y cientos de lupanares; y que era prácticamente el dueño de media docena de fábricas de cerveza.


Frank J. Wilson

“Había comprado un palacio en Florida y gastaba mil dólares semanales en banquetes. Se paseaba en limosinas de dieciséis cilindros; dormía con pijamas de $50.00 dólares, y mandaba hacer de un golpe quince trajes, a $150.00 dólares cada uno. Sus fuerzas armadas ascendían a setecientos hombres, provistos de armas automáticas y automóviles blindados. Pero aquella vida de derroche no era prueba suficiente. Los Tribunales tenían que ver ingresos.


“Una noche, en plena desesperación, decidí comprobar todos los datos que mis ayudantes y yo habíamos acumulado. A la una de la mañana tenía ya la vista nublada y, al estar recogiendo los papeles, di accidentalmente un codazo al armario archivador, que se cerró de golpe. No pude encontrar la llave por mucho que busqué. ¿Dónde podría guardar los documentos? En un cuarto inmediato que se usaba como almacén, di con un viejo armario lleno de sobres polvorientos. ‘Puedo dejar esos sobres viejos en el escritorio por esta noche y guardar mis documentos en el armario’, pensé. Detrás de éste había un pesado paquete envuelto en papel parduzco. Por pura curiosidad lo revisé y encontré tres grandes libros de contabilidad, uno de ellos titulado ‘Libro de caja columnas especiales". Eché una ojeada a los encabezamientos de las columnas y leí: ‘Pajarera’, ‘21’, ‘Dados’, ‘Faraón’, ‘Ruleta’, ‘Apuestas hípicas’. Aquello era el diario de un negocio en gran escala, con entradas de $20,000.00 a $30,000.00 dólares diarios. Los beneficios líquidos de dieciocho meses (los libros estaban fechados entre 1925 y 1926) excedían de medio millón. “¿Quién podía manejar un negocio de tal magnitud? Sólo tres personas: Frankie Yale, Terry Druggan o Al Capone. Pero yo había resuelto ya el asunto Druggan-Yale. Y, por tanto, restando dos de tres, me quedaba uno. Aquellos libros se habían incautado en una incursión legal hecha después del asesinato del procurador auxiliar del Estado, William McSwiggin, perpetrado en 1926. Procedían de una de las más grandes casas de juego de Cicero, "El Buque", frecuentada por gente cuyas apuestas ascendían a $3,000,000.00 de dólares anuales. Aquello era un registro de ingresos. Si yo podía demostrar que eran de Al Capone, tendríamos por fin base para un juicio.


Credencial de Frank J. Wilson

“Capone debió saber que le estrechábamos el cerco. Yo tenía dentro de su pandilla a uno de los mejores espías que he conocido, Eddie O’Hare. Cierta tarde me avisaron que Eddie quería verme de inmediato. Cuando nos encontramos, estaba terriblemente nervioso. ‘¡Tiene usted que largarse del hotel, Frank! Capone ha traído de Nueva York a cuatro asesinos para liquidarlo a usted. Saben donde guarda el automóvil y sus horas de entrar y salir. ¡Tiene que marcharse esta misma tarde!’ Le di las gracias a Eddie por el aviso y en seguida telefoneé a mi esposa Judith para decirle que le iba a dar una sorpresa: nos mudábamos al Hotel Palmer House, donde me dijo una vez que le gustaría vivir. Luego dejé dicho en el otro hotel que íbamos a Kansas y guié el coche hasta la Estación de la Unión, pero después de dar varias vueltas me encaminé hacia el Palmer. Judith estaba confundida y yo abrigaba la esperanza de que los hombres de Capone también lo estuvieran.


El informador Eddie O’Hare

“Poco después Eddie volvió a encontrarse conmigo para darme otro aviso: ‘¡Capone ofrece $25,000.00 dólares a quien acabe con usted!’ Cuando los periódicos publicaron la noticia de que Capone había puesto precio a mi cabeza, Judith tomó la cosa con asombrosa calma, limitándose a decir: ‘¡Ahora mismo nos volvemos a Baltimore!’ Pero acabé por disuadirla prometiéndole que me podía acompañar a todas partes. Las mujeres siempre creen que son invulnerables a las balas. Terminamos por mudarnos de casa y ocultar nuestra dirección e identidades.


Ficha de detención de Capone


“Con toda tranquilidad me dediqué entonces a buscar de quién era la letra de los libros. Creo que recogimos muestras de la letra de todos los pillos de Chicago en registros de votantes, cuentas de ahorro y Tribunales de Policía. El laborioso proceso de eliminación acabó por guiarme a un tal Lou Shumway, cuya letra era idéntica a la de los libros. Averigüé por medio de un agente confidencial que Shumway estaba en Miami, probablemente trabajando en el hipódromo de Hialeah o en las carreras de galgos. Lo único que podía servirme de guía era esta descripción: ‘Shumway es un caballero refinado, pequeño, inofensivo, que no tiene nada de llamativo’.


Lou Shumway

“En febrero de 1931, estaba yo parado junto a la barandilla del hipódromo de Hialeah contemplando al hombre a quien venía acechando desde hacía casi tres años. Al Capone, sentado en un palco con una muchacha cubierta de joyas a cada lado y un largo cigarro en la boca, saludaba a una procesión de parásitos aduladores que acudía a estrecharle la mano. Mis ojos veían de cerca la aceitunada cara regordeta, los labios gruesos y fruncidos, la doble papada porcina, los rasgos porcinos y la cicatriz, como un fuerte trazo de lápiz, que le cruzaba la mejilla. Cuando un simple policía de pueblo necesita detener a un hombre, no tiene más que dirigirse a él y decirle: ‘Dese usted preso’. Pero allí estaba yo, en cambio, con todo el poder del Gobierno de los Estados Unidos a mis espaldas, más impotente que un canario ante un gato.


Capone con su hijo en un partido de baseball


“Dos noches después, descubrí al ‘caballerito’ que me habían descrito, trabajando en una pista canina. Lo seguí hasta saber dónde vivía, y a la siguiente mañana lo sorprendí cuando estaba desayunándose en compañía de su esposa. Se puso amarillo como la cera. Cuando lo tuve en el Edificio Federal, le solté la frase: ‘Estoy indagando la culpabilidad fiscal de un tal Al Capone’. El caballerito Lou se puso todavía más amarillo, pero hizo un esfuerzo para serenarse y repuso: ‘¡Oh, está usted equivocado! ¡No conozco a Capone!’ Le puse una mano en el hombro. ‘Lou, sólo tiene usted dos caminos. Si se niega a entenderse conmigo, enviaré a un alguacil a la pista para que pregunte por usted, lo llame por su nombre y le entregue una citación al Tribunal. ¿Comprende usted lo que eso significa, Lou? En cuanto la Mafia sepa que el gobierno ha dado con usted y lo cita a un Tribunal, es seguro que decidan suprimirlo para que no pueda declarar. Si quiere librarse de eso, Lou, sea franco. Diga la verdad sobre estos libros. Usted era contador de ‘El Buque’ y puede identificar cada una de estas entradas... y decir quién era el amo. Le garantizo guardar secretas sus relaciones conmigo hasta la celebración del juicio. Estará usted protegido día y noche. Le respondo de que su señora no se quedará viuda’.


Representación de un gangster

“El caballerito Lou vibró como la cuerda de un arpa, pero acabó por ceder. Lo hice salir de Miami y lo escondí en California. Pero aún me quedaba por demostrar que aquellos ingresos iban a parar efectivamente a los bolsillos de Al Capone. Una trabajosa comparación de todas las transacciones monetarias registradas en Cicero puso por fin de manifiesto que un tal ‘J. C. Dunbar’ había llevado varias talegas de dinero al banco Pinkert y había comprado con ello cheques a la vista por $300,000.00 dólares. El agente Nels Tessem y yo cazamos en San Luis a ‘Dunbar’, cuyo verdadero nombre era Fred Ries. Para ello seguimos a un mensajero que llevaba una carta de entrega inmediata, y pusimos de sopetón en la mano de Ries una cédula de citación. Se mostró disgustado, especialmente porque la carta procedía del cuartel general de Capone y en ella le decía que huyese a México. Al principio se negó a hablar. Pero, después de pasar una semana encerrado en una celda llena de chinches que elegimos especialmente para él en cierta cárcel (sabíamos que las chinches le inspiraban un terror patológico), se dio por vencido. Hablaría sólo para librarse de los insectos. Lo llevamos a hurtadillas y por la noche ante un gran jurado de Chicago y declaró que las ganancias de ‘El Buque’ iban a parar a los bolsillos de Capone. Envié a tan precioso testigo a América del Sur, con agentes del gobierno que lo protegieran, hasta que su presencia ante los Tribunales fuese necesaria”.


Capone tuvo que responder a veintitrés cargos por evasión de impuestos. La cantidad defraudada, teniendo en cuenta que sólo pudieron demostrar parte de sus ingresos, ascendía a $383,705.21 dólares. Estas acusaciones precedieron a las que presentó Eliot Ness, pocos días después, en relación a más de cinco mil violaciones de la Ley Volstead. Thomas Nash y Michael Ahern, los abogados de Capone, intentaron llegar a un acuerdo. George Johnson, fiscal del Estado, sabía que el caso era consistente, pero no irrecusable y accedió a solicitar una sentencia de treinta meses a cambio de que el encausado se declarara culpable. El 30 de julio, cuando compareció en la sala, el juez James Wilkerson no admitió el acuerdo. Rechazó la declaración de culpabilidad y fijó el juicio para el mes de octubre.


El juez James Wilkerson

En sus memorias, Frank J. Wilson recuerda: “En otoño de 1931, dos semanas antes del juicio de Capone, Eddie O'Hare me informó: ‘¡Los hombres de Capone tienen la lista completa de los que van a ser jurados! ¡Están ganándoselos uno por uno, con billetes de $1,000.00 dólares, con promesas de empleos políticos, con donativos a las iglesias! También están empleando la fuerza’. Eddie me entregó una lista de diez nombres con sus direcciones. ‘Todos están en la lista de jurados. Son los nombres que corresponden a los números del treinta al treinta y nueve’.


“A la siguiente mañana fui con el Procurador de la Nación, George Johnson, al despacho del juez federal James Wilkerson, a quien correspondía actuar en el juicio de Capone. Me bastó verlo para sentirme seguro. Era indudablemente el hombre para entendérselas con el gangster. Los nombres que me facilitó Eddie coincidían con los correspondientes a los números treinta a treinta y nueve de la lista del juez. Pero éste no pareció desconcertarse; por el contrario, dijo tranquilamente: ‘Traigan el proceso al Tribunal, como tienen proyectado, señor. Yo me encargo del resto’.


El arresto de Al Capone



“El día que comenzó el juicio, tuve que abrirme paso por entre reporteros, fotógrafos y mujeres sentimentales. Al Capone entró en la sala, vistiendo un traje de color mostaza, y se sentó a la mesa de los abogados, a cortísima distancia de mí. Phil D'Andrea, el guardaespaldas favorito de Capone, se sentó junto a él; mirando despectivamente al público e inclinándose aduladoramente hacia Capone, le colocó bien la silla y le quitó una pelusa del hombro. Cuando el juez Wilkerson entró, revestido con la negra toga, Capone, bajo la máscara de su faz de luna llena, parecía reírse del Jurado compuesto de nuevos amigos y hombres intimidados que lo devolverían muy pronto a su imperio de Chicago. Pero entonces, el juez Wilkerson hizo que el ujier se acercase a la mesa y le dijo en voz baja: ‘El juez Edwards tiene otro juicio que empieza hoy. Vaya a su sala de audiencia y tráigame a todos sus jurados. Lleve todos los míos al juez Edwards’. El cambio se hizo con la mayor sencillez. El rostro de Capone se ensombreció con el gesto desesperado del jugador que hace su última apuesta... y pierde.


Los titulares sobre la detención

“El juicio comenzó. Mis dos joyas, el caballerito Lou Shumway y el hombre aterrorizado por las chinches, Ries, confirmaron sus anteriores declaraciones, a pesar de que Capone y Phil D'Andrea los estaban apuñalando con la mirada. Yo no le quitaba los ojos a D'Andrea. Cuando se levantó para desentumecerse en un descanso, hubiera jurado que le vi un bulto en el bolsillo de la cadera derecha. Pero pensé que nadie era lo bastante tonto como para atreverse a entrar con armas en un tribunal.


Phil D’Andrea

“Luego vi que se volvía a estirar e hice que le avisaran que un reportero quería hablarle. Lo seguí fuera de la Sala de Audiencia. Mis colegas Tessem y Jay Sullivan lo condujeron al fondo del corredor. En el pasillo junto al despacho del juez Wilkerson, le hice ademán de que entrara: ‘¡Deme esa pistola!’, le ordené súbitamente, y él me la entregó. ‘¡Deme esas balas!’ Sacó del bolsillo del chaleco un puñado de balas y las puso en mis manos.


El juicio de Capone


“El juez Wilkerson interrumpió el juicio para dar cuenta del desacato de D'Andrea por haberse presentado con armas, y condenarlo a seis meses de prisión. Capone gruñó: ‘No me importa lo que le ocurra a D'Andrea. Es un estúpido. No me importa que le echen diez años’. Al estaba empezando a perder valor.


Capone guiña un ojo al salir de una sesión de su juicio


Albert Fink, que dirigía la defensa, se limitó, en su alegato final, a elogiar el carácter filantrópico de su cliente y a puntualizar que la acusación sólo había demostrado que su cliente era un derrochador. En su declaración final, Capone afirmó, ante los atónitos asistentes al juicio: “No me las doy de santo y jamás he matado a nadie. La fama lleva consigo mucho sufrimiento. Nunca he sido partidario de la violencia. He luchado, sí, pero he luchado por la paz”.



El 17 de octubre a las 14:40 horas, el jurado se retiró a deliberar, regresando a la sala a las 23:00 horas con un veredicto mixto, en el que declaraban al mafioso culpable de algunos de los cargos.


Para el juez Wilkerson era suficiente y una semana después lo condenó a un total de once años de prisión, previo pago de una multa de $50,000.00 dólares. Capone solicitó una apelación, que le denegaron.


Escribe Frank J. Wilson en sus memorias: “El público que asistía a la audiencia se dispersó como en una función de circo al terminar el último número. Reporteros, abogados y gangsters se apresuraron a salir de la sala. Todo el mundo parecía correr, menos Al Capone. Se derrumbó hacia adelante como si le hubieran dado un hachazo en la cabeza. Cuando llegué a casa, Judith gritó gozosa: ‘¡Ganaste! ¡Yo estaba segura de que ibas a ganar! ¿Podemos volver ahora a Baltimore?’”


Los asistentes al juicio de Capone

Frank J. Wilson, el hombre que consiguió acabar con Capone, nació en 1887. Comenzó su carrera como corredor de fincas en Buffalo, pero en los años veinte se convirtió en un agente del Departamento de Hacienda. Era famoso por su imperturbabilidad y su valor temperado; lo llamaban “El Hombre de Hielo”.


Los titulares sobre la condena



Su oficina, situada en el viejo Edificio Federal de Chicago, era la base de operaciones de las exitosas investigaciones que se llevaron a cabo contra muchos otros gangsters además de Al Capone, incluyendo a Ralph Capone, al irlandés Tony Druggan, Frank Lake y Jake Guzik. Era inmune a las amenazas y a los sobornos; se decía que había rechazado una oferta de $1,500,000.00 dólares por abandonar el caso de Capone.


El ingreso de Capone a la Penitenciaría

Tras el encarcelamiento de Capone, la organización que Torrio y él habían fundado continuó prosperando en manos de otras personas y terminó considerándose la mayor industria de Estados Unidos. En 1931 las cosas estaban tan mal, que el presidente Hoover cedió ante el clamor público y nombró un comité de investigación que proclamó, quijotescamente, que aunque la “Ley Seca” y la Prohibición era incumplible, debía mantenerse. La Prohibición fue abolida por Roosevelt en 1933. El final de la “Ley Seca”, en 1933, fue tan sólo un bache temporal para la organización, ya que después centró sus objetivos primordiales en la extorsión y el tráfico de narcóticos.


El final de la Prohibición

Durante un tiempo, Al Capone continuó dirigiendo sus negocios desde la cárcel del condado, donde lo visitaron Torrio, Luciano y “Dutch” Schulz, éste último de Nueva York. Capone estaba intentando hacer de mediador entre Salvatore “Lucky” Luciano y Schulz, quienes estaban a punto de iniciar una guerra de bandas, con la total complicidad del vigilante, que les permitía utilizar la sala de ejecuciones para sus conversaciones de paz; pero no logró disuadirles.


La celda de Capone en la Penitenciaría Federal de Atlanta

En diciembre, cuando las autoridades se enteraron de su situación en la prisión, revocaron muchos de sus privilegios. El 27 de febrero de 1932 rechazaron la apelación de la sentencia y lo trasladaron a la Penitenciaría Federal de Atlanta, en Georgia, donde trabajó como zapatero. Cuando encarcelaron a Capone, le ofrecieron a su esposa Mae $50,000.00 dólares por escribir un relato de su vida en común. Pero rechazó la proposición diciendo: “La gente tiene una idea de mi marido. Yo tengo otra. Me quedaré con mis recuerdos y le querré siempre”.


Mae tras el arresto de su esposo


Tras el secuestro del hijo de Charles Lindbergh en 1932, Al Capone calificó el hecho de "una infamia" y ofreció $10,000.00 dólares por la devolución del niño. Y en una sección muy leída de un periódico hizo una oferta: si el gobierno de los Estados Unidos le devolvía la libertad, él entregaría personalmente el niño Lindbergh a sus padres. Lindbergh estuvo a punto de aceptar la oferta e inclusive buscó contactos con el hampa para recuperar a su hijo, pero al final, el gesto de Capone no fue tomado en cuenta, ni su propuesta aceptada.


Charles Lindbergh

En 1934, el gobierno envió a Capone a una prisión militar supuestamente a prueba de fugas situada en la rocosa isla de Alcatraz, en la bahía de San Francisco, donde destinaban a los criminales altamente peligrosos. El 18 de agosto de aquel año, lo trasladaron en un tren especial, pese a estar convencido de que aquel momento jamás llegaría: “Ha costado mucho, pero todo está arreglado”. En Alcatraz, el contacto con el mundo exterior estaba severamente restringido. Podía recibir visitas de dos de sus familiares durante cuarenta y cinco minutos una vez al mes; periódicos y radios estaban terminantemente prohibidos y todas las cartas quedaban censuradas en todo lo que no fuera estrictamente familiar. La única fuente de información era el ingreso constante de nuevos presos.


La prisión de Alcatraz

Alcatraz, “La Isla de los Pelícanos” en el dialecto de los indios nativos, fue, desde 1868, una prisión para los desertores del ejército estadounidense. A partir del 1 de enero de 1934, se convirtió en una prisión federal para supercriminales, aunque jamás hubo suficientes presos de este tipo para llenarla. La mayoría de los convictos eran trasladados allí porque el estado los había considerado elementos perturbadores y prefería mantenerlos fuera de juego. Allí se olvidaban las pretensiones de rehabilitación: se trataba estrictamente de una institución punitiva, con normas muy rígidas y leyes de silencio.


No había recompensas por buen comportamiento y se castigaba a quienes desobedecían. Había un vigilante por cada tres prisioneros. Aunque los edificios y las playas de San Francisco se encontraban a la tentadora distancia de dos o tres kilómetros, sus gélidas aguas con sus corrientes rápidas y fuertes mareas se encargaban de hacer fracasar cualquier intento de llegar a nado a la bahía. Alcatraz tenía una de las tasas más elevadas de todas las prisiones americanas en cuanto a desequilibrados mentales: el sesenta por ciento de los internos eran dementes. La prisión se clausuraría en 1963 por considerársele un “anacronismo embarazoso”.


La celda de Capone en Alcatraz

Capone se acostumbró a la rutina. Aprendió a tocar el bajo y organizó una pequeña banda de música. Su trabajo en el penal consistía en limpiar letrinas y el resto de los internos comenzaron a llamarle “El Italiano Fregón”. Normalmente se mantenía apartado de la mayoría de los reclusos, relacionándose tan sólo con los ladrones de bancos y secuestradores que había conocido en el exterior, como Al Karpis y Doc Barker. Su negativa a unirse a los compañeros en huelgas y motines, fue causa de grandes resentimientos y de la puñalada en la espalda que en junio de 1936 le asestaron con unas tijeras, la cual estuvo a punto de costarle la vida.


Ficha de ingreso de Capone en Alcatraz

Jack “Ametralladora” McGurn murió acribillado el 13 de febrero de 1936. Los asesinos dejaron junto a su cuerpo una tarjeta del Día de San Valentín y pusieron una moneda de cinco centavos en su mano.


El cadáver de McGurn

En febrero de 1938, Al Capone cayó enfermo y los análisis confirmaron que sufría una sífilis terciaria contraída en los años veinte por contacto sexual con su amante griega. Su sistema nervioso central resultó seriamente afectado; tenía períodos de incoherencia y de pérdida de memoria. Pasó el resto de su condena, ya reducida, en el hospital, donde lo trataron con drogas y terapias de electrochoque. Capone bajó de peso y sus rasgos cambiaron un poco.


Capone enfermo, tras su pérdida de peso

El 6 de enero de 1939, estando parcialmente paralizado, lo trasladaron a tierra firme y en noviembre de ese mismo año quedó en libertad. Mae le llevó de vuelta a Palm Island para que viviera con ella y sus familiares. Gracias a un tratamiento con penicilina, su enfermedad se estabilizó, pero jamás pudo restablecer su dañado cerebro.


Capone pescando tras su liberación


Entre periodos de relativa lucidez, pasaba por etapas en que, como afirmaba Jake Guzik, “estaba tan loco como una cabra”. Sufría de paranoia y delirios, se sentaba durante horas en el muelle de Palm Island y contemplaba la bahía de Biscayne con la mirada perdida en el infinito. Esta existencia crepuscular, semiconsciente, concluyó el 27 de enero de 1947, cuando, debilitado por un fuerte golpe a causa de una caída en su casa, murió de pulmonía a los cuarenta y ocho años de edad.


Los titulares sobre la muerte de Capone

En la época en que Capone murió, los días de los grandes funerales de los gangsters habían acabado. Lo enterraron en el cementerio Mount Olivet, lugar al que acudían multitud de personas.


El funeral de Capone

De hecho, en 1952, seguían desfilando tal cantidad de turistas, que la familia trasladó sus restos, dejando la lápida con los nombres de los miembros de la familia Capone como señuelo.


La tumba de Al Capone

Aunque Ralph Capone y Jake Guzik cuidaron de él hasta el fin de sus días, Capone no dejó fortuna alguna. Mae vendió las casas de Chicago y Florida y vivió de sus rentas. Ella y “Sonny” abrieron un restaurante en Miami Beach; pero el establecimiento nunca tuvo éxito. A “Sonny” Capone, quien jamás se vio involucrado en asuntos criminales, le fue difícil abrirse camino, ya que varias de las empresas que emprendió fracasaron. A finales de 1940 se casó con su novia del colegio, con quien tuvo cuatro hijas y en 1966 lo condenaron por hurtar en un supermercado productos valorados en $3.50 dólares y quedó en libertad condicional. En 1966 se cambió definitivamente el apellido.


Mae y Albert “Sonny” Capone cuando él era niño

Frank J. Wilson, el hombre que hizo caer a Capone por evasión de impuestos, fue el representante federal en el caso del secuestro del hijo de Charles Lindbergh y sirvió como jefe del Servicio Secreto de 1936 a 1947, ayudando a acabar con varias bandas de falsificadores e introduciendo nuevas medidas para la protección de los presidentes estadounidenses. Murió en 1970.


Frank J. Wilson poco antes de su muerte

Torrio, el protector de Capone, vivió en Nueva York semirretirado y murió de un ataque cardíaco en 1951, cuando tenía setenta y cinco años. George “Bugs” Moran, destrozado y sin influencia, volvió a su primera especialidad: robar y atracar bancos. En 1946 lo capturaron y murió en prisión en 1951.


George “Bugs” Moran

El legendario Eliot Ness, líder de “Los Intocables”, fue enviado a Cleveland, donde se enfrentó a “El Asesino del Torso”, un asesino en serie al cual nunca logró capturar. Los excesos que Ness aplicó allí, quemando zonas enteras de la ciudad para encontrar al criminal, destruirían su reputación.


El legendario Eliot Ness

La vida de Al Capone siempre fue un argumento apasionante para el mundo cinematográfico. De hecho, se rodaron numerosas versiones desde que en 1932, Paul Muni interpretara el papel de “Caracortada” en el teatro. Innumerables documentales sobre él se han realizado desde entonces, así como incontables libros, artículos en revistas y periódicos, pinturas y dibujos, juguetes, páginas de Internet y fotomontajes.


Paul Muni como “Caracortada”

Entre las películas al respecto destaca La Matanza de San Valentín, de Roger Corman, realizada en 1961. Hubo muchos rumores de que a principios de los años treinta le ofrecieron a Capone $2,000,000.00 de dólares por protagonizar su propia historia en una película, pero en realidad él nunca estuvo en Hollywood. Berthold Brecht comparó la vida del gangster con la de Adolf Hitler en su satírica obra La costosa ascensión de Arturo Ui.


En la década de los sesenta se lanzó una popular serie de televisión, protagonizada por Robert Stack, llamada Los Intocables y centrada en la lucha de Eliot Ness. Pero quizás la mejor versión fue Los Intocables, cinta realizada por Brian de Palma, con Sean Connery, Robert de Niro como Capone y Kevin Costner como Eliot Ness.


Chaplin y Capone

Al Capone "Caracortada" se convirtió en el dueño de Chicago y en uno de los criminales más famosos del mundo. Sin embargo, no sería el único: compartiría los reflectores con su viejo amigo de la infancia, quien a su vez era el dueño de Nueva York: Salvatore "Lucky" Luciano, "El Rey del Crimen".

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Los intocables
-subtitulado-




Documental sobre la caza de AlCapone
-En español-







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